Chóferes, floristas y cocineras: el personal que asiste al cónclave también jura secreto bajo pena de excomunión

Un cónclave puede ser largo o corto, más reducido o –como en este caso– tan multitudinario que los cardenales ni siquiera caben. Pero debe ser, ante todo, secreto. Aunque la política, la lógica de alianzas y las intrigas internas funcionan de la misma manera que en otras elecciones, la Iglesia católica se cuida mucho de que esto trascienda más allá de los muros del Palacio Apostólico. Los cardenales se encomiendan al espíritu santo para que inspire sus votaciones, y lo que pasa en el cónclave, queda en el cónclave. Al menos en teoría.
Por eso permanecen completamente incomunicados y encerrados durante el tiempo que dure el enclaustramiento–de Casa Santa Marta a la Capilla Sixtina para las votaciones, y vuelta a Santa Marta– y también por eso hacen un juramento de secreto que, si no cumplen, les dejaría fuera de la Iglesia.
“Presto este juramento con plena conciencia de que cualquier infracción del mismo incurrirá en la pena de excomunión automática (latae sententiae) reservada a la Sede Apostólica”. Esta frase, que dicen antes del comienzo del cónclave, es similar a la que han repetido esta tarde alrededor de un centenar de actores secundarios y figurantes de esta película: los funcionarios y empleados vaticanos que estarán en el cónclave, pero no forman parte de él.
Chóferes, ascensoristas, médicos, enfermeros y demás sanitarios que durante esos días pueden tener que atender a los purpurados, pero también el personal que cocina y limpia para ellos. A estos se suman los servicios técnicos, floristas y los miembros del dispositivo de seguridad: el coronel y el mayor de la Guardia Suiza Pontificia, así como el director de los servicios de seguridad del Estado de la Ciudad del Vaticano y sus asistentes.
A todos ellos se les ha explicado el significado del juramento, que luego ha tenido lugar delante del camarlengo, la autoridad vaticana durante la sede vacante, Kevin Joseph Farrell. Como escenario, la capilla Paulina, situada en el Palacio Apostólico y separada de la Sixtina por la llamada Sala Regia. Recibe su nombre del papa Pablo III, que encargó su construcción en 1531.
También han prestado juramento otros religiosos que asisten a los cardenales: el secretario del Colegio Cardenalicio, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias y sus ayudantes, el eclesiástico elegido por Pietro Parolin –el cardenal que preside el cónclave– como asistente, los religiosos adscritos a la Sacristía Pontificia y los sacerdotes que estarán disponibles para confesar a los electores en diferentes idiomas.
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