Un niño palestino sin brazos y con nombre: Mahmoud

No sé a ti, pero a mí me ha roto la foto ganadora del World Press Photo de este año, de la palestina Samar Abu Elouf: el retrato del pequeño Mahmoud Ajjour, que perdió los dos brazos en un bombardeo israelí. Perdón, corrijo: no “perdió” los brazos, no se le cayeron; se los arrancó un bombardeo israelí.
Me ha roto la foto de Mahmoud, pero no voy de sensible ni intento amargarte la semana santa, qué va: reconozco que me ha roto por un motivo personal, anecdótico y hasta frívolo: Mahmoud se parece a mi sobrino Asier, tiene una expresión muy similar, la forma de la boca, la mirada, el cuerpo delgadito y moreno. La vi y lo primero que pensé: cómo se parece a Asier.
Me fijé en la foto, no por la doble amputación, fotografiada con tanta delicadeza que puede incluso pasar desapercibida, no darnos cuenta de que le faltan los brazos. Yo no me fijé por los muñones, sino por el parecido con mi sobrino, y este parecido me hizo ver de pronto a Mahmoud, un niño real y vivo, con nombre propio y vida propia y una mirada entre triste y ensoñadora. Un niño como mi sobrino, tras dos años y medio viendo niños asesinados, aplastados, mutilados, despedazados, quemados, ensangrentados, que me dolían pero en los que no veía a los niños que habían sido o que podrían haber sido en el futuro: solo veía niños genéricos, palestinos genéricos, cadáveres genéricos, amputados genéricos; despersonalizados como pasa siempre con las víctimas, y en el caso de los palestinos además deshumanizados.

Llevamos dos años y medio de matanza en Gaza, con capítulo aparte de infanticidio: más de 15.000 menores asesinados, y otros 34.000 heridos, entre ellos muchos sin brazos o piernas. Solo en las últimas semanas, desde la ruptura de la tregua, Israel ha asesinado a más de 500 niños, a un ritmo diario superior al de los meses anteriores, como si estuviese acelerando el exterminio infantil. Con la impunidad de quien sabe que por asesinar y mutilar niños no le van a expulsar ni de Eurovisión.
Dos años y medio viendo niños genéricos, hasta que he visto a Mahmoud y me ha impactado el parecido físico con mi sobrino Asier, y de pronto he visto a un niño, y he visto sus brazos que le arrancaron y he visto todo lo que hace mi sobrino con las manos y que Mahmoud ya solo podrá hacer con los pies, con ayuda de sus cuidadores, con prótesis algún día si la suerte le acompaña; y he visto manos infantiles, las de Asier y las que ya no tiene Mahmoud, manos que juegan, dibujan, escriben, teclean, cogen libros y juguetes, sujetan cubiertos y vasos, trepan, botan, rompen, exploran, acarician, rascan, hurgan, pellizcan o toman otra mano.
Lo he pensado al ver la foto, al ver el parecido de Mahmoud con Asier, y he sentido una profunda vergüenza, la verdad. Vergüenza propia por no haber visto antes a ningún niño palestino porque no se parecían a mi sobrino. Vergüenza propia porque, al no ser mi sobrino, me olvidaré de él en seguida. Y vergüenza propia de no hacer más que escribir este artículo, el típico artículo horrorizado pero inofensivo, no hacer más para impedir que niños como Mahmoud sigan perdiendo brazos, piernas, padres, madres, hermanos, el futuro, la vida.
48