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Cuenta Andrés Neuman en Hasta que empieza a brillar la historia novelada de María Moliner, la vida de una mujer que luchó contra una montaña de dificultades. La vida de una mujer que hizo un diccionario. Y la vida también de una mujer que –a pesar de haber innovado la lexicografía del español– vio fracasar en dos ocasiones su ingreso en la Real Academia Española.
Como personaje de la novela aparece también Carmen Conde. Primero un tanto diluida, pero adquiriendo poco a poco importancia. Ambas mantuvieron una relación de amistad. Nada fácil fue tampoco la vida de Carmen Conde. La vida –y así tituló uno de sus poemarios más célebres– de una ‘mujer sin edén’.
Fue Carmen Conde finalmente la primera mujer en entrar en la Academia. Ocurrió en 1978. La Academia se había creado en 1713. En su discurso de ingreso, en enero de 1979, habló del final de una “tan injusta como vetusta discriminación literaria”. Aquella tarde de invierno sin duda cruzaría muchas veces Moliner por el pensamiento de Conde. Pero fue el académico Guillermo Díaz-Plaja –lo compruebo al consultar los discursos de aquella sesión– quien, en su contestación, la nombró expresamente. La carne de María Moliner se hizo verbo en aquel salón de actos de la calle Felipe IV de Madrid. Igual que ella había condensado la realidad en los miles de palabras de su ‘Diccionario de uso del español’.
“Hay dolores fluidos, del color de la sangre”. Lo escribió Carmen Conde en un poema.
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