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Análisis

India y Pakistán están al borde de otra guerra: claves para entender un conflicto poscolonial enquistado

Un paramilitar indio vigila Pahalgam, al sur de Srinagar, el pasado mes de abril.
7 de mayo de 2025 22:08 h

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Hacía tiempo que la región de Cachemira había caído en el olvido. Desde el último gran ataque contra fuerzas de seguridad indias en Pulwama en 2019, la región apenas figuraba en la agenda internacional. Sin embargo, otro atentado el 22 de abril de 2025 en el idílico enclave de Pahalgam, a dos horas de Pulwama, ha sacado a la luz un conflicto congelado que no por ser ignorado deja de existir.

Cachemira era uno de los más de 500 principados (autogobernados) que, en el proceso de independencia de la India del Imperio británico, debían sumarse a esta o a Pakistán. Por una parte, los proponentes de la creación de Pakistán mantenían que hindúes y musulmanes eran dos nacionalidades diferentes y, por lo tanto, debían separarse en dos Estados. Hasta 1947, India y Pakistán eran parte de un mismo territorio sometido al dominio colonial británico.

El liderazgo de India representado por el Partido del Congreso, el cual, si bien era de mayoría hindú, contaba con la participación de líderes musulmanes, se oponía a la idea de Pakistán. Este partido mantenía que la India era un Estado basado en principios laicos.

Finalmente, esos territorios alcanzaron la independencia divididos en tres partes: dos eran Pakistán (Occidental y Oriental) e India. El territorio de Cachemira, gobernado por un príncipe hindú sobre una mayoría musulmana, tenía frontera con ambos territorios. El príncipe, el maharajá Hari Singh, prefería mantener la independencia del principado, pero grupos irregulares organizados desde Pakistán invadieron el territorio en octubre de 1947. Singh pidió ayuda a India, firmando para conseguirla el instrumento de acceso, por lo que Cachemira accedió a India.

La primera guerra que ambos países libraron (1947-48) vería la división misma del principado en un área administrada por el gobierno pakistaní (Azad Kashmir o la Cachemira Libre y Gilgit-Baltistán, territorio por el que pasa el Corredor Económico China-Pakistán, buque insignia en la región de la Iniciativa de la Franja y la Ruta) y otra gobernada por el Gobierno indio llamada Yammu y Cachemira.

El acceso a India se realizó bajo un estatuto especial que otorgaba una suerte de semindependencia a la región y que venía recogido en el artículo 370 de la Constitución. El alto el fuego negociado por las Naciones Unidas se reflejó en la resolución 47 (1948), que recogía la opción de un futuro plebiscito en el que la población cachemir pudiera decidir si quería acceder a India o a Pakistán. Sin embargo, los pasos estipulados en dicha resolución no se cumplieron (Pakistán debía dar el primero y no lo hizo), por lo que el conflicto se enquistó y el plebiscito no se ha llevado a cabo.

India y Pakistán han librado cuatro guerras: 1947-48, 1965, 1971-72 y 1999. Todas han tenido un componente en torno a este territorio en disputa y en cada una de las ocasiones ha habido un patrón: Pakistán ha instigado el conflicto para después perderlo. La constatación de la superioridad convencional india llevó al establishment pakistaní a adoptar estrategias asimétricas a través del cultivo de grupos insurgentes a los que entrenar y adoctrinar en una guerra de desgaste.

La ocasión de perfeccionar esta estrategia fue la invasión soviética de Afganistán, cuando la ayuda económica y militar estadounidense y saudí contribuyó al desarrollo de unos grupos que libraron una guerra por delegación en suelo afgano. Desde entonces, se crearon grupos específicos que han librado una guerra de guerrillas contra India, aprovechando también la aparición de la insurgencia autóctona cachemir en torno a 1989.

Grupos como el Lashkar-e Taiba o Jaish-e Mohammad llevan décadas atentando en India, con grandes golpes como el de 2001 contra el Parlamento indio en Nueva Delhi o el de Mumbai en 2008. Golpes de efecto en los que elementos de estos grupos permiten al establishment pakistaní jugar a la ambigüedad que puede otorgar la negación plausible, al no tratarse de soldados regulares. No obstante, es un secreto a voces quiénes respaldan estos atentados, aunque el peso de demostrar la autoría de estos recae sobre la inteligencia india.

Tampoco se puede decir que India no cometa sus propios errores de cálculo cuando se trata de Cachemira. Tras el atentado de Pulwama, en agosto de 2019, el Gobierno central procedió a la revocación del artículo 370, eliminando el estatuto de semiautonomía y sin previas consultas a los partidos de la oposición o a los cachemires. La división del territorio en dos Estados directamente administrados por el Gobierno central no ha llevado la paz ni acallado el conflicto. Las violaciones de derechos humanos perpetradas por las fuerzas de seguridad indias, que gozan de impunidad a través de una ley especial aprobada en 1990, están refrendadas por organizaciones locales, nacionales e internacionales de derechos humanos.

El Jefe del Estado Mayor, el General Munir, cuatro días después del terror de Pahalgam, declaró que Cachemira es la yugular de Pakistán. Para India, es una cuestión de credibilidad y de soberanía nacional. Pakistán necesita que se hable del territorio y no se olvide su reclamación, buscando internacionalizarlo. India está harta de atentados y ejercer una contención que va en contra de un gobierno que necesita mantener sus credenciales de liderazgo fuerte. Ambos mantienen una rivalidad que perdura y tiene pocas perspectivas de resolución en un orden internacional a la deriva. Esperemos que la diplomacia, que la hay y muy buena, ejerza su magia, una vez más de tantas. 

Ana Ballesteros Peiró es investigadora sénior asociada del Real Instituto Elcano. Es doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Cursó estudios de doctorado en la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Jawaharlal Nehru (2001-2002, Nueva Delhi, India)

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