Hablar de historia en La Rioja

9 de febrero de 2025 12:42 h

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Aunque les pueda parecer mentira, resulta difícil debutar en un medio como este con una columna dedicada a hablar sobre temas de historia. Pudiera parecer que, siendo una historiadora, el asunto no debería ser tan complicado, pero así es. Hay tantos temas con los que empezar esta andadura que me resulta extremadamente complicado elegir uno. Hay tantos personajes, tantas mujeres, tantas fuentes y documentos, tantos hechos… 

¿De qué hablar la primera vez que se hace en un espacio como este? He aquí la pregunta que me he estado repitiendo una y otra vez estos últimos días. Tal vez podría aplicar el mismo principio universal que utilizamos cuando vamos a ordenar una habitación que está hecha un desastre y con la que no sabemos por dónde empezar: por lo más cercano. Y en las circunstancias en las que me encuentro, lo que más a mano tengo (mentalmente) es el tema más riojano que podría abordar. 

Me refiero a san Millán, con minúscula. No olvidemos que la RAE nos dice que cuando hablemos de santos hay que utilizar la minúscula, mientras que, si hablamos de iglesias o topónimos, es preferible la mayúscula. Así, no es lo mismo decir san Millán que San Millán. Parece un lío, sí, pero realmente es sencillo una vez que te has acostumbrado. Y para una historiadora como yo, obsesionada con las vidas de santos y santas, no ha sido difícil adaptarme. 

Insisto en el asunto de la minúscula porque en nuestro imaginario colectivo el santo Emiliano y los monasterios de Suso y Yuso son prácticamente lo mismo. No en vano, han pasado muchos siglos desde que este buen hombre vivió y murió, o desde que se creó la comunidad de eremitas, hombres y mujeres, que acabaría dando paso a la fundación del monasterio que hoy conocemos. También han pasado muchas manos por el relato sobre el santo que han creado y recreado una y otra vez su historia según los intereses del momento. Porque esto se hacía así, sin más miramientos. ¿Por qué si no creen que san Millán es a la vez un ermitaño que fue cura y ayudaba a los pobres, pero que siglos después de muerto se convirtió en matamoros y apareció a lomos de un blanco corcel espada en mano para echar un cable a los castellanos mientras Santiago hacía lo propio con los leoneses? 

La respuesta es muy sencilla: porque en un momento determinado interesaba convertir a Millán en el doble matamoros de Santiago. Si lo intentamos ver con los ojos de los monjes del siglo XII podremos entenderlo mejor. Hay que pensar que los religiosos emilianenses estaban pasando un mal momento, en el que las donaciones descendían y los problemas económicos asomaban por el horizonte. San Millán (con mayúsculas) ya no atraía tanto a peregrinos, fieles y poderosos, y eso se notaba en el bolsillo del monasterio. En esa tesitura, no debió parecerles mala idea reinventarse a su santo protector tomando prestados algunos mitos que ya se habían asociado a Santiago. Solo había un problema que resolver: ¿a quién protegía san Millán cuando apareció en el campo de batalla? Los leoneses ya se habían pedido a Santiago, por lo que debieron pensar que lo más razonable era hacer que Emiliano se ocupase de apoyar a los castellanos. Y, como agradecimiento a este apoyo, decidieron que un buen número de poblaciones castellanas debía pagar el Voto de san Millán

Ahora puede que se estén preguntando si les salió bien la jugada, pero la respuesta es que no del todo. A corto plazo no reportó grandes beneficios, y a medio y largo plazo trajo más pleitos que soluciones. Incluso algunas de las localidades que, en principio, debía pagar el Voto decidieron no hacerlo y se defendieron justificando que ya pagaban el de Santiago. Pero no todo iba a ser malo, porque san Millán se convirtió así en patrón de Castilla. Y, como patrón de los castellanos, también en copatrón de España. Al menos eso es lo que nos han transmitido varios autores desde el siglo XVII, y si ellos lo dicen ya no queda duda de que es así… ¿O tal vez sí? ¿No será que esto se empezó a decir en el momento en el que apareció otra competidora para ocupar ese puesto de copatrona? Estoy hablando de santa Teresa de Jesús, claro está. 

Supongo que, llegados a este punto, están esperando que les diga si realmente san Millán es copatrón de España. No voy a alargar esto mucho más, y voy a dar la respuesta más razonable que puedo dar siendo historiadora: en ningún momento ha habido un reconocimiento oficial que haya asegurado que esto sea así. Pero que esto no sirva para desilusionarse, porque san Millán y San Millán nos ofrecen un buen número de buenas historias en las que indagar para aprender más sobre nosotras mismas, sobre el mundo que nos rodea y el lugar que ocupamos en él. Por ejemplo, podríamos hablar sobre el grupo de mujeres que acompañaba a Emiliano cuando este era anacoreta y sobre cómo la Iglesia terminó con ese tipo de comunidades en las que religiosos y religiosas convivían. Pero esa es otra historia, y será otra columna. 

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