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Se llamaba Aissatou y tenía cuatro años: el adiós de una madre a su hija fallecida en el cayuco volcado en El Hierro

La lápida de Aissatou, la niña de cuatro años fallecida en el cayuco volcado en El Hierro

Gabriela Sánchez

Tenerife —
9 de junio de 2025 22:39 h

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Todos aquellos que estaban en el muelle de La Restinga (El Hierro) la mañana del 28 de mayo hablaban de ella. Pasado un tiempo del vuelco del cayuco a escasos mcetros de tierra, cuando los equipos de rescate acababan de sacar a las últimas personas atrapadas en el fondo de la barcaza, una mujer lloraba y repetía una misma pregunta con desesperación. Desde el barco de Salvamento Marítimo había divisado a su hermano en el puerto. A su lado, encontró a su hija mayor, de siete años. Miró a su alrededor y un poco más allá, pero no localizó a nadie más. Faltaba Aissatou.

“¿Dónde está Aissatou?”, intentó decirle con la mirada a su hermano, del que solo encontró ojos de preocupación. “Mi hija. Dónde está mi hija”, empezó a repetir entre gritos. Lo preguntó en el barco de Salvamento Marítimo, lo preguntó nada más llegar al muelle, lo preguntó a todo aquel que pensó que podía darle una respuesta que tardó en encontrar. Gritaba, lloraba y recorría el muelle de un punto a otro. Cada carpa, cada recoveco donde poder encontrar a su hija pequeña, decían quienes se la encontraron y describieron su angustia como símbolo de la tragedia de El Hierro, que azotó principalmente a mujeres y niñas.

Su hija, la niña a la que buscaba, era Aissatou Tambasa, una de las siete víctimas del cayuco volcado. Es una de las tres menores que fallecieron durante la tragedia, junto a cuatro mujeres adultas. Tenía cuatro años, era de Guinea Conakry y viajaba junto a su madre, su hermana y su tío.

Sira (nombre ficticio), la madre de la niña, pasea despacio por los alrededores del centro de acogida donde está albergada. Le cuesta caminar pero, sobre todo, sentarse. Aún siente las secuelas físicas del viaje. Le duele la parte superior de una de sus piernas por los golpes recibidos durante el vuelco del cayuco. Cuando sale del centro donde está acogida, lo hace acompañada de su hermano, de 18 años, y su hija mayor, de siete.

La primera vez que intenta hablar con elDiario.es para contar lo sucedido en el muelle de La Restinga, Sira se rompe nada más empezar su relato. No llega a entender cómo puede ser que todo fuese bien en el camino y su hija se haya ido justo cuando estaban a punto de lograr lo que planeaba desde hacía un tiempo junto a su hermano pequeño para darle a las niñas las oportunidades que ella no encontraba en Guinea Conakry. A su llegada a puerto, los miembros de Salvamento Marítimo comunicaron a el orden que seguirían para su transbordo al buque de rescate: primero trasladarían a los niños; luego, a las mujeres; y, por último, a los hombres.

Pero embarcar primero a los niños no era sencillo en este cayuco. La mayoría de los menores viajaban, como muchas de las mujeres, en una especie de “cajas” de madera techadas, donde pretendían resguardarlas de las posibles inclemencias del tiempo. Para sacar primero a los más pequeños, los pasajeros de la abarrotada barcaza debían abrir las compuertas que cerraban esos compartimentos y recoger de su interior a los niños. Las mujeres que estaban junto a ellos debían, desde el fondo, pasarles a los pequeños. Así lo hizo Sira para cumplir con las indicaciones de los equipos de rescate.

“Cuando llegamos, los pequeños estaban abajo, en el fondo de la barca. Nos dijeron que los niños iban a salir primero, así que empezamos a subirlos para arriba, para que los cogiesen y pudiesen montar en el barco grande”, explica la mujer. “Nosotras estábamos abajo. Cuando ellos dijeron que sacásemos a los niños, levantaron la puerta de las ”cajas“ y la gente empezó a sacar a la gente. Fue entonces cuando recogieron a los bebés”, cuenta en voz baja, sin muchas fuerzas. “Luego, volcó. En ese momento, mis hijas estaban en la parte alta del barco, ya no estaban conmigo en el fondo. Se cayeron”, dice Sira antes de una pausa para soltar su llanto.

Todo pasó rápido desde ese momento. El barco empezó a escorar. Las mujeres que aún seguían en los cubículos techados se golpearon unas con otras hasta verse rodeadas de agua. En los primeros momentos del rescate, las imágenes muestran el cayuco dado la vuelta por completo, mientras varias personas nadan a duras penas a su alrededor y otras intentan subirse a la madera de la barca volteada. En ese instante, Sira estaba junto a una decena de mujeres y niños justo debajo de la parte de la barcaza que flotaba sobre el mar.

A oscuras, atrapada en la parte interior del cayuco, rodeada de agua y de otras mujeres que luchaban por sobrevivir. Dentro del mar, si lograban ascender su cuerpo a la zona más profunda de la barcaza, que ahora se había convertido en la más alta, podían llegar a tomar aire. “Respiraba, pero había mucha agua. A veces nos hundíamos, pero intentábamos salir. Había cuerdas, nos agarrábamos para sacar la cabeza y respirar”, cuenta.

Antes de encontrarse, Georges (nombre ficticio), el hermano de Sira y tío de las pequeñas, había sido rescatado tras agarrarse al barco de Salvamento Marítimo nada más volcar la barcaza. Ya en tierra, rompió a llorar. “Estaba un poco mareado. Lloraba y gritaba porque no me podía mover, de tanto tiempo en la barca, y no veía ni a mi hermana ni a sus hijas”, recuerda el joven, de 18 años. Poco después, encontró a su sobrina de siete años: “Cuando la vi, estaba llorando, Llamaba a su madre”. El chico guineano agarró su mano y permaneció con ella de pie en el puerto.

Javier Iglesias, hostelero de La Restinga que ayudó en las tareas de rescate en el muelle, fue testigo de ese momento de angustia vivido en el muelle. Lo contó días después en un texto publicado en Facebook: “Me marcó la desesperación de un hombre, joven, delgado, era imposible calmarlo, no nos entendíamos con palabras, pero sí lo entendí. Me miraba y me hacía un gesto con la mano indicando la altura de lo que buscaba, estaba claro que buscaba a un niño, lo buscaba desesperado, gritaba sin fuerzas, agotado, pero no lo encontraba”, escribió. “Recuerdo a una vecina del pueblo que también se fijó en este chico y me dijo: ”¿Y a este pobre hombre quién lo consuela?“. No dudé en abrazarlo, fuerte, muy fuerte, con el desconsuelo de no poder hacer nada más por calmarlo”, añadió. No sabía su nombre, pero hablaba de Georges. Y la niña a la que buscaba era Aissatou.

El rescate de las mujeres

Cuando parecía que ya no había más personas en el mar, el cayuco, cada vez más hundido, volvió a darse la vuelta y retomó su posición original. “Ese es el momento en que me sacaron”, indica Sira. Los equipos de Salvamento Marítimo se percataron de que aún había supervivientes dentro del barco semihundido. Algunos de sus miembros saltaron a la barcaza. Les siguieron vecinos de La Restinga y varios jóvenes recién rescatados que corrieron para socorrer a sus compañeras. “Alguien me agarró del brazo y me sacó”, describe la guineana, que dice no recordar cómo era la persona que le salvó la vida. “Había mucha gente. Eran blancos y negros. Recogieron a muchas mujeres”. Según los cálculos de los equipos de rescate, cerca de 15 personas fueron localizadas bajo la barcaza.

Tras ser recatada de los “cajas” del cayuco, convertidas en una trampa para la mayoría de víctimas de la tragedia, Sira fue trasladada al barco de Salvamento Marítimo. Fue allí, empapada y aún mareada, cuando localizó en el muelle a su hermano Georges y a su hija de siete años. “Les vi a los dos, pero no vi a mi hija de cuatro años. Le pregunté por ella al capitán del barco. Él no sabía, pero me dijo que habían llevado a algunos niños al hospital, que quizá estaba en la ambulancia y me calmé un poco”, describe la mujer quien, aunque se muestra confundida en otros de los momentos de aquella mañana, recuerda con detalle cada uno de los pasos que dio aquella mañana para encontrar a su pequeña en el puerto.

Al otro lado, la esperaban Georges y su sobrina: “Cuando nos reencontramos con mi hermana, ella estaba llorando mucho y nosotros también. No veíamos a la niña y estábamos muy preocupados”, añade el joven. Ya en tierra, Sira no dejó de buscar a su pequeña. “Al bajar del barco, ya no estaba la ambulancia. Pregunto que dónde está mi hija, pero nadie lo sabe”, continúa la madre. Los equipos de Cruz Roja, los sanitarios y la policía trataban de tranquilizarla, mientras ella repetía la misma pregunta a todo el que se encontraba. Dio detalles de su niña al personal humanitario para tratar de encontrarla. Ella les contó que tenía cuatro años, que se llamaba Aissatou y detalló la ropa que le había puesto el día en que embarcaron en el cayuco. “Miré en todos los lugares del muelle… pero no la encontré. Preguntaba a la gente que estaba atendiendo a los niños, fui donde estaban las personas que estaban graves, pero no veía a mi hija”, enumera Sira, que entonces, aunque muy agitada, aún intentaba confiar en que hubiese sido trasladada al hospital.

La identificación

Después de cotejar los datos trasladados por Sira, el personal sanitario le comunica que la descripción no encajaba con los menores hospitalizados. Su hija tampoco estaba ingresada: “Empecé a gritar. 'Dónde está mi hija'. Luego, me pusieron sentada en un rincón y me dieron un rato para calmarme, hasta que vinieron a decirme que intentaron hacer todo para salvarla, que hicieron lo que pudieron”, dice Sira, especificando las palabras que le dijeron. Los sanitarios no llegaron a comunicarle de manera directa, o eso recuerda ella, que su niña había fallecido, utilizaron una fórmula habitual que podría entenderse por el contexto, pero que ella no llegó a entender: “No me dijeron claramente que había fallecido. No les entendí eso. Pregunté si podía verla, y me dijeron que sí. Me dijeron que si tenía el coraje de mirar a mi hija. Les dije que sí, que cómo no iba a tener el coraje si era mi hija. Me trajeron su cuerpo y comprendí que había muerto”.

Según fuentes sanitarias del hospital de El Hierro, los equipos médicos intentaron reanimarla durante más de 30 minutos, sin éxito. Luis González, jefe médico del Hospital de El Hierro, narró esa misma escena a elDiario.es horas después de la tragedia, cuando aún se reponía de todo lo vivido en el muelle. No sabía su nombre, pero narraba con emoción la angustia con la que una de las mujeres rescatadas buscaba a una de sus hijas. “La buscamos en todos los sitios y no la veíamos. Hasta que encontramos un cuerpo de una niña. Era pequeña. Tenía el pelito cortito, peinado con rastas. Pensamos que podía ser ella”, recuerda el doctor. “Junto al equipo humanitario de Cruz Roja, buscamos a la mujer. Le enseñamos el cuerpo. Se derrumbó. Era su hija”, recordaba el médico, con la voz entrecortada, aún desde el pequeño hospital de El Hierro.

“Le pregunté si quería que le diésemos un calmante. Dijo que no, porque tenía que cuidar a su otra hija, de siete años”, añadía el doctor González. Más de una semana después, su otra pequeña, no se separa de su madre. Por ahora, le cuesta jugar y comportarse como una niña más: “A veces pregunta por su hermana y llora porque la echa de menos”.

Después de identificar a su niña, Sira fue trasladada al campamento policial de El Hierro, el llamado Centro de Atención Temporal para Extranjeros (CATE), que funciona como la extensión de una comisaría, donde son detenidos, identificados y reseñados los migrantes tras su llegada irregular a las costas españolas, aunque hayan vivido una tragedia como la ocurrida en el muelle de La Restinga. Aunque, como Sira, acaben de identificar el cuerpo de su pequeña. La madre de la niña fallecida pasó, como el resto de compañeros de viaje, tres días detenida en el campamento policial. “No me acuerdo bien de esos días. Estaba ida. Recuerdo que lo pasé muy mal esos días”, dice Sira. En ese tiempo no tuvo acceso a un teléfono para hablar con sus familiares en Guinea y compartir con ellos el dolor de la muerte de Aissatou.

Cuando aún se encontraba en el campamento policial, antes de haber cumplido las 72 horas de detención, Sira pudo salir durante unas horas para despedirse de su hija por última vez. La guineana, junto a su hermano Georges y su niña de siete años, fueron trasladados al hospital donde aún reposaba el cuerpo de Aissatou. “Allí pude estar un rato con ella”, recuerda. La familia también asistió a la inhumación de la pequeña, celebrada en un cementerio de El Hierro. Al camposanto acudieron varios vecinos y otros migrantes acogidos en las islas para mostrar su apoyo a la familia. “Me sentí muy acompañada. Vino gente de Cruz Roja, vecinos...”, agradece Sira.

Entre esos vecinos estaba el hostelero Javier Iglesias, quien días antes había quedado marcado con el dolor de Georges: “Un compañero de trabajo que hace casi tres años llegó a La Restinga en un cayuco me pidió que lo acompañara al entierro de las víctimas en el cementerio de El Pinar. Lo acompañé, y allí estaba otra vez aquel chico que hacía dos días nadie podía consolar. Estaba de pie, con la mirada perdida, estaba enterrando a su sobrina de cuatro años, me acerqué, le pregunté si se acordaba de mí, y el abrazo me lo dio él”, relataba en su escrito.

Las imágenes captadas en la distancia durante el entierro muestran cuatro ataudes rodeados de varias personas. Al fondo, con su rostro tapado, se encuentran Sira y su hermano George. Algunos jóvenes llegados hace meses a El Hierro en cayuco acompañan a la familia y, junto a personal humanitario y vecinos de El Hierro, tratan de hacer la despedida lo más humana posible, en un cementerio donde se ha convertido en habitual encontrar decenas de lápidas grabadas con una única palabra: “inmigrante”.

En este caso, la lápida de la pequeña de Sira incluía dos palabras más. Un nombre y un apellido: Aissatou Tambasa.

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