San José, un barrio trabajador de Zaragoza que resiste entre persianas bajadas

Raquel Sánchez lleva desde marzo de 1986 detrás y delante de la barra del bar El Forico, uno de los pocos establecimientos “de siempre” que siguen en pie en el barrio de San José de Zaragoza. Situado en la calle Doce de Octubre, este lugar se ha convertido en el templo del aperitivo donde clientes fijos y jóvenes que buscan degustar sus tapas se unen a la hora del vermú.
“Empezamos hace 39 años. Mi padre tenía un taller de fontanería y calefacción, pero con la crisis de 1984 aquello cayó mucho y tuvo que cerrar. Así que decidimos montar un bar”, cuenta Raquel, que hoy lleva las riendas del negocio junto a su hermano Esteban y su cuñada Isabel.
Los fines de semana llegan a sacar hasta 500 tapas, de esas que no necesitan nombres rebuscados para ser sabrosas. Todas ellas siguen convocando a generaciones distintas en torno a la barra, a pesar de que este barrio es uno de los más castigados por el cierre de pequeños comercios.
El testimonio de Raquel es el reflejo de un San José que envejece, que se transforma con nuevas familias y que asiste en silencio al apagón progresivo de sus escaparates.
Un barrio con carácter acogedor de sus gentes
Según datos oficiales, este barrio representa un 9,5% del censo zaragozano, con más de 66.000 habitantes. “Nuestra población es muy mayor, lo cual es enriquecedor, pero también significa que muchos jóvenes tienen que marcharse si quieren independizarse. No hay vivienda asequible”, explica Marta Bernad, secretaria de la asociación vecinal del barrio.
Sin embargo, uno de los grandes pilares del barrio es la población migrante. Tal y como añade, este grupo ronda el 17% de los vecinos y “aporta un gran valor cultural y multirracial, además de una exquisita convivencia”.
“San José ha sido y es un barrio de clase trabajadora y por ello, se encuentra fuera del foco de unas políticas orientadas a vender la ciudad como un escaparate para el turismo”, indica Bernad.
San José, “barrio de barrios”, siempre ha sido un barrio de clase trabajadora y su historia está tejida con hilos de lucha vecinal. La remodelación del Parque de la Memoria, el Centro Cultural Teodoro Sánchez Punter, el Jardín de la Memoria son solo algunos ejemplos de lo que se ha conseguido “a fuerza de insistir mucho, lograr poco a poco avances muy necesarios”.
Aunque Marta Bernad indica que “poco queda del pasado”, todavía sigue en pie el Parque de La Granja, que coge el nombre de la granja experimental que allí se ubicaba en tiempos de la República.
“Al futuro miramos igual que hace cincuenta años, con mucha lucha para conseguir muy, poco a poco, nuestras carencias y necesidades”. El barrio se encuentra falto de inversiones que mejoren los servicios sociales, pero construiremos oportunidades“, subraya.
Cada vez son más las persianas bajadas
Pero ese espíritu reivindicativo convive hoy con una cierta sensación de abandono. En sus calles, los locales cerrados se suceden. Persianas bajadas, luces apagadas y rótulos desviados demuestran que, en palabras de Bernad, “veamos cómo el pequeño comercio está muriendo”.
“Nos da miedo cuando desde el Ayuntamiento dicen que van a ayudar. Suele significar que abren otro gran centro comercial. Y contra eso no se puede competir. La tienda de ultramarinos, la carnicería, la panadería… están desapareciendo. Y sin ellas, el barrio también se apaga”, reconoce, pese a remarcar que “en las grandes superficies nunca se encontrará esa cercanía que sí ofrecen los locales pequeños”.
Del mismo modo, añade que, en general, la política impulsada por las últimas corporaciones municipales orientada a la construcción de centros comerciales y a la ampliación de los horarios de los mismos, ha supuesto un “estacazo” al comercio del barrio que se encuentra con “un enemigo con el que no puede competir”.
“Este proceso, que se ha dado en todos los barrios de clase trabajadora, ha convertido nuestras calles en un reguero de locales vacios, vaciando de vida y de desarrollo económico nuestros barrios”, sostiene.
Mientras los nuevos establecimientos traen innovación, modernidad y caras nuevas, el cierre de los locales con larga trayectoria dejan un vacío en la memoria colectiva del barrio y de la ciudad.
Algunos de estos bares, los de “toda la vida”, que han bajado sus persianas en los últimos años han sido el bar Antonio o el bar Génesis. En este último caso, los vecinos de San José se vieron sorprendidos por el anuncio de este bar que llevaba más de 40 años de trayectoria y que era conocido por su amplia oferta de mariscos.
Otros factores que lo acentúan
Además de esta cuestión, San José se ve afectado por el alto precios de los alquileres, la precariedad laboral que ofrecen las grandes cadenas o el cambio de hábitos de consumo.
“Entiendo que la gente joven vaya a esos sitios, hay más variedad y quizá aún no tienen ese sentimiento de pertenencia a un sitio en concreto”, reflexiona Raquel desde El Forico, lugar desde el que asegura que “aquí seguimos, con la gente de siempre y con quienes van llegando”.
La Asociación Vecinal mira al futuro con esperanza, pero también con preocupación, ya que el nuevo desarrollo en el entorno de Tenor Fleta o Parque Venecia II puede rejuvenecer el barrio, si se dota de servicios. No obstante, señalan que, si se convierte en una zona solo para clases con mayor poder adquisitivo, “se acentuará la gentrificación y el deterioro del barrio histórico, que ya sufre el abandono de sus calles y servicios”.
Defensa de lo local para no desaparecer
Frente a esa amenaza, para Marta, la receta es clara: defender al pequeño comercio. “Genera riqueza y empleo en el entorno. Las calles que conservan tiendas invitan al paseo, están vivas. Las que no, se apagan”, asume.
Mientras tanto, en El Forico, las tapas siguen saliendo como hace casi cuatro décadas. Sin prisas, sin aplicaciones y sin marketing digital. De hecho, solo les hace falta una buena materia prima y seguir ofreciendo el mismo servicio cercano que siempre, dos cuestiones que hacen que la clientela vuelva y se sienta parte del lugar.
“Somos tres. Mi hermano, mi cuñada y yo. Y aquí seguimos porque, mientras estén felices, nosotros también lo estaremos”, dice Raquel. Y ese “seguimos aquí”, de hecho, resume el espíritu de todo el barrio.
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