El enorme ombligo de la izquierda valenciana
La cuestión es más de inclinación y tendencia que de circunscripción electoral. Los votantes valencianos que no se ven representados por la derecha y la ultraderecha lo tienen cada vez más difícil. Quienes no están a gusto sintiéndose comparsas del idilio entre el PP de Carlos Mazón y el Vox de Santiago Abascal cada día tienen más que perdonar para verse representados por alguien, por cuestiones de fondo y de forma. El continuo spin-off de la política valenciana puede acabar con la paciencia de cualquiera, incluso, del más reflexivo de los observadores políticos, esa especie a cultivar si no se quiere caer de lleno en el abrazo de los osos diestros. Son a los que deberían cuidar porque los impulsivos rebotan y se quedarán en casa cuando toque votar, después de la enésima decepción.
Las batallas internas en Podem expulsaron a los suyos de los principales ayuntamientos, como el de València, y después de Les Corts. Eso mató muchas de las posibilidades del tercer Botànic. Dos años después siguen con estrategias enfrentadas y sin poder aspirar a nada más que recoger algunas migajas de los demás grupos de la izquierda, esas que le pueden volver a dar otro gobierno a la derecha. Cayó uno y pueden caer más. Y ahora, mientras el PSPV despierta o no del shock Santos Cerdán, Compromís se hace el hara kiri. En el momento en que los socialistas buscan la manera de revivir un partido tocado por la corrupción y el puterío, la coalición valenciana ha elegido preocuparse por sus guerras internas. Quienes no supieron qué hacer ante las denuncias contra Íñigo Errejón, ahora, en lugar de recoger el descontento y capitalizar el voto de la izquierda, deciden levantar la patita y marcar un territorio interno que corre el riesgo de acabar oliendo muy mal.
Més quiere dejar Sumar. La gestión de las comparecencias y del futuro de Pedro Sánchez no es sencilla, pero si algo está claro es que romperse a su alrededor no es una buena solución. Desmarcarse del peor fichador de secretarios de organización de la última década está bien, si no fuera porque para no ayudar a un presidente va a salvar a otro. Més es tan mayoritario que puede morir de éxito. De éxito entre la miseria. Paladea sus victorias internas mientras dinamita lo que ocurre de puertas hacia afuera. Inventan un nuevo síndrome. No es el de Estocolmo porque nadie les retiene, no pueden, son mayoritarios. No es el del Palau o el de la Moncloa porque cada día están más lejos de gobernar con esa actitud en la que profundizan. Votan en su formación y obligan a arrastrar a los demás. Otra vez, extraña forma de entender la democracia y la izquierda.
Lo peor no es que se suiciden. Es que mucha gente está mirando desde abajo de la montaña desde la que van a saltar. Son todos los que confiaron en ellos cuando subían y los que les podrían buscar si los socialistas no encuentran la manera de evitar el hundimiento y el PP sigue sin tratar con un mínimo de decencia su negligencia. Hay muchos valencianos que no merecen ver a los dos únicos diputados de “estricta obediencia valenciana”, como les gusta decir a ellos, divididos. Ver a Águeda Micó en el mixto sin Alberto Ibáñez y compartiendo grupo con José Luis Ábalos puede ser mucho más que una foto de una valencianista y feminista con un presunto corrupto y machista. La escisión y su estampa será la alegoría de una gran ruptura, y no solo la de un grupo. ¡Ah! Un acuerdo de último minuto no sirve siempre para todo, por si alguien lo está pensando. La épica del arreón final es en el Bernabéu no en el Congreso. Amparo Piquer les ha dicho a los militantes esta semana que van a “ayudar desde el Congreso a acabar con el Consell de Mazón”. El síndrome no les deja ver que hacen justo lo contrario. Micó esgrime como razón/excusa de la ruptura con Sumar que no permiten la comparecencia de Sánchez en la comisión de la dana, la misma de la que va a desaparecer ella al pasar al mixto. La diputada valenciana, tras una maniobra propia, fuera de uno de los foros parlamentarios más importantes de la legislatura. Debería ser una señal de lo que están haciendo, pero su 92 por ciento de respaldo les tapa los ojos. Cuando lleguen los martes y nadie la escuche quizás lo entienda, pero ya será tarde.
No necesitan que nadie haga política contra ellos. Se hacen la oposición solos. La izquierda vuelve a devorar a sus hijos, a sus padres, a sus escisiones, a sus candidatos a la alcaldía, a sus órganos. Siguen mirándose el ombligo mientras el Psoe se desangra, pero no deberían olvidar que, aun en crisis, puede volver a ser el voto útil solo con agitar el espantajo de la ultraderecha. Con todo, el PP está más cerca de sobrevivir a Mazón, al tiempo que Vox sigue creciendo entre los jóvenes, nicho que fue importante para Compromís. La situación exige diálogo. Iniciativa debería revisar su política de pactos con formaciones estatales porque salió mal con Podem y no ha sido un éxito con Sumar. Y, sobre todo, deberían revisar sus formas y sus pactos internos. De tanto marcar territorio alrededor de sus ombligos no se dan cuenta de que corren el riesgo de pelearse por un espacio cada vez más pequeño.
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