Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Un huerto, dos pilas y 20 euros bajo el colchón

Cinco horas de desconexión digital, de manera radical y sin paliativos más allá del transistor del abuelo, dejan perplejo a cualquiera y una sensación de desvalimiento y a la vez confianza mágica en el futuro que recuerda mucho a la infancia, ese período de la vida en donde las cosas aparecen por arte de birlibirloque sin saber muy bien por qué ni falta que hace: la luz eléctrica, misteriosamente, ocupa la bombilla; el teléfono modelo Góndola se descuelga y silba; una humilde llave abre y cierra puertas sin necesidad de portero automático ni código de apertura; un refrigerador, mágicamente, se rellena solo: basta abrir la puerta cada mañana para comprobarlo.
Pero, como buenos adultos hipertecnológicos, basta un corte de luz y otro de agua para, ya no volver a la infancia, sino a las cavernas: la nevera, la bombilla y el teléfono no sirven para nada; y uno se queda perplejo y como desahuciado en la casa sin wifi deseando tener un huerto, una bici, dos pilas y 20 euros debajo del colchón.
El kit de tres días de Santa Úrsula no vale para gran cosa si no hay cocina de gas, a no ser que se haga astillas el aparador de la abuela para encender un fuego en el saloncito azul; el cajero automático es una máquina estúpida que ni está ni se la espera cuando hace falta realmente; y las autoridades son esos seres random que aparecen y desaparecen después de no aclarar nada y felicitarse por estar ahí.
Mucho mejor, un huerto con tomates, dos pilas gordas para la radio y 20 euros bajo el colchón, quod erat demostrandum.
Si la pandemia era aislamiento, pero comunicados, el apagón de este pasado lunes era incomunicación sin aislamiento. Creo que es peor. Pero no hay que ser agoreros. El apagón tuvo sus cosas buenas. Afortunadamente, los bulistas se quedaron por unas horas mudos y la gente pudo pensar en sus cosas sin la basura habitual de los calentadores de orejas y sus paranoias alienígeno-sanchistas. Pero qué sensación. Y qué contraste.
No hay que ser agoreros. El apagón tuvo sus cosas buenas. Afortunadamente, los bulistas se quedaron por unas horas mudos y la gente pudo pensar en sus cosas sin la basura habitual de los calentadores de orejas y sus paranoias alienígeno-sanchistas. Pero qué sensación. Y qué contraste
Ver a la tropa instalada en las terrazas, al portero de fincas custodiando celosamente oficinas vacías y a la chavalada sin camiseta en las alamedas consumiendo birras junto al vecino que rellena dos garrafas en la fuente del parque infantil son imágenes surrealistas hoy en día.
Hay muchas más: un fulano que presume de que mientras haya vino qué importa que no haya agua, otro que consume la batería de su móvil para decir que le queda poca batería en el móvil y una pareja que tiene que disfrutar de la hostelería del Ministerio de Transportes y dormir junto a un ficus de plástico en cualquier estación de autobuses, tren o avión que, como nuestras autoridades desean, son espacios inhóspitos pensados para que nadie se quede más de lo necesario.
Supermercados cerrados, terrazas llenas.
Cajeros blockout, tenderos que fían a sus vecinos.
Abrir el grifo y que se te ponga cara de tonto.
IA de vacaciones, gente durmiendo en su coche.
¿Qué hubiera pasado si el apagón hubiera durado más?
Que los trenes se paren y dejen de circular no es noticia. Que los aviones no salgan a su hora, tampoco. Que bancos y supermercados cierren sus puertas cuando medio país no tiene efectivo en el bolsillo ni comida en casa -¡No sea que alguien se vaya sin pagar o les quiten el dinero que no es suyo!-, me parece más grave. Pero lo peor de todo es el silencio de la incomunicación. No saber, estar desnudo por dentro.
No somos animales tecnológicos, somos animales comunicativos.
Sobre este blog
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