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Por qué España debe desafiar a la OTAN (y no solo por Trump)

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, junto con el primer ministro neerlandés saliente, Dick Schoof, recibe al presidente estadounidense, Donald Trump, en la Cumbre de la OTAN en La Haya, el 25 de junio de 2025. EFE/EPA/KOEN VAN WEEL
25 de junio de 2025 22:12 h

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Trump ha amenazado con iniciar una guerra comercial contra España por su negativa a cumplir de manera efectiva con el compromiso de elevar el gasto militar al 5% del PIB. Esta es una demanda que Estados Unidos ha exigido a sus aliados en la OTAN, pero que ha encontrado una oposición rocosa en el gobierno de España. La actitud de Pedro Sánchez ha sido un importante contraste con la del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, quien en otro tiempo fue un inflexible halcón contra los débiles y que ahora es una mansa palomita contra los poderosos.

En el siempre enfangado terreno nacional tanto las derechas como Podemos han puesto en duda precisamente lo que denuncia Trump -y que confirma Sánchez-, es decir, que España vaya a negarse a cumplir el compromiso de aumentar tanto el gasto militar. Se ha desatado una confusa guerra de cifras que tiene como objetivo difuminar y desgastar la posición política de Pedro Sánchez, a fin de restarle herramientas con las que poder emerger en positivo ante el electorado español en un momento de gran debilidad para el gobierno de coalición progresista. Según quienes quieren que caiga el Gobierno, España ha firmado un documento con el compromiso del 5% y lo que dice Sánchez es mentira. Según el Gobierno, haber firmado ese porcentaje no significa nada porque en la práctica hay flexibilidad para manejar las cuentas. Y ambas posiciones son evidentemente ciertas, como sabe cualquiera que haya monitorizado este tipo de compromisos económicos durante las últimas décadas, pero nos desvían de la cuestión de fondo.

La verdadera pregunta es para qué sirve la OTAN en un momento histórico como el actual. Fundada en el contexto de la Guerra Fría, la OTAN fue constituida como un instrumento dirigido por Estados Unidos para coordinar militarmente a los países occidentales que se oponían a la política internacional de la Unión Soviética. Sin embargo, la desaparición de esta última no supuso el final de la propia organización militar sino su replanteamiento. Durante años, sin embargo, su utilidad estratégica quedó en entredicho, sumida en una pertinaz irrelevancia que incluso Emmanuel Macron llegó a calificar como “muerte cerebral”. No obstante, la invasión rusa de Ucrania reactivó su centralidad. Aunque ese fue el detonante inmediato, la razón más profunda de su reactivación se encuentra en los propios intereses geopolíticos de Estados Unidos.

Desde el final de la segunda guerra mundial, Estados Unidos ha reorganizado la economía mundial prácticamente a su antojo, habiendo ampliado su tradicional influencia -ejercida tanto diplomática como militarmente- desde los años noventa tras la caída de la URSS. Sin embargo, en el año 2010 un incidente entre China y Japón hizo emerger la preocupación acerca de si Estados Unidos iba a ser capaz de mantener dicha hegemonía durante mucho más tiempo. En aquel momento, y con motivo de un conflicto político, China decidió prohibir temporalmente las exportaciones de ciertos minerales críticos a Japón. Ese hecho puso de relieve el absoluto control que tenía China sobre ciertas cadenas de valor globales y, en concreto, sobre ciertos recursos naturales fundamentales para los nuevos sectores tecnológicos -en particular, la transición ecológica, la electrificación de vehículos y la inteligencia artificial-. Desde entonces, Estados Unidos considera que el monopolio chino en segmentos clave de esos sectores es la principal amenaza a su seguridad nacional. La visión geopolítica de Estados Unidos es claramente polarizante, describiendo un mundo conformado únicamente por aliados y enemigos.

Debe tenerse presente que esta aproximación ha sido compartida tanto por Donald Trump como por Joe Biden, habiendo ambos compartido la descripción del ascenso económico de China como un problema de seguridad nacional. Esta conexión entre seguridad nacional, siempre asociada a su dimensión militar, y economía es un signo de los tiempos actuales. Y si bien la Unión Europea también considera a China un rival sistémico, su aproximación ha estado más orientada hacia el multilateralismo. Por supuesto, no sin contradicciones e incoherencias, ya que rara vez los países de la Unión Europea actúan como bloque.

En realidad, los países europeos se encuentran ante un dilema central. O se inclinan a favor del multilateralismo, buscando satisfacer sus necesidades económico-industriales (la mayoría relacionadas con la transición ecológica) a través de un orden mundial multilateral y orientado a la cooperación, o se inclinan hacia el mundo bipolar que Estados Unidos describe con su retórica incendiaria. La OTAN es el instrumento que les fuerza a comportarse de la segunda manera, lo que Trump apenas disimula.

De hecho, la retórica de Trump sugiere muy claramente que él no tiene aliados sino algo más bien parecido a súbditos. Trump exige, y los súbditos cumplen. Y si no cumplen, reciben un castigo. Esas formas no apuntan a una institución de iguales, sino a un instrumento geopolítico orientado a cumplir misiones estratégicas en beneficio e interés de Estados Unidos. Eso, además, significa compartir la desastrosa y bipolar visión del mundo de Donald Trump, lo que aumenta significativamente los riesgos para los implicados y para la humanidad.

En consecuencia, el debate real no es sobre con qué porcentaje de gasto militar contribuirá cada miembro de la OTAN -sin minusvalorar la importancia de este punto- sino sobre si en realidad la OTAN es un instrumento que sirva a los propósitos e intereses de la democracia y la paz. Mi opinión es que la OTAN transita por el camino equivocado para lograr esos propósitos, y que, por lo tanto, tiene mucho más sentido no formar parte de un club de tal naturaleza. Mejor haría la Unión Europea en canalizar sus esfuerzos de defensa a través de una institución autónoma y soberana, muy lejos de las pretensiones imperialistas de Estados Unidos.

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