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Aunque no le haga falta, yo también respaldo a Pedro

Acto de Pedro Sánchez.

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No conozco personalmente a Pedro Sánchez.

A mi me impactó que Pedro Sánchez dimitiera como Secretario General del PSOE, ante la desautorización del Comité Federal a su negativa a permitir un Gobierno en minoría del PP con apoyo externo del PSOE. Y, mucho más, que renunciara a su escaño de diputado y se echara a la carretera con un pronóstico más que complicado. Habría sido más al uso -y más mediocre- quedarse cómodamente disfrutando del estatus de diputado y esperar “a verlas venir”.

Pero Pedro Sánchez confiaba en la independencia de criterio de tantas mujeres y hombres que, sin cargos ni aspiraciones, defienden día a día los valores del PSOE. Lo que aquel Felipe González que conocí llamaba el “fondo anarquista” de la militancia socialista. Y Pedro le plantó cara a muchos poderes (editoriales, orgánicos, baronías, viejas guardias felipistas y hasta el propio José Luis Rodríguez Zapatero -que, por cierto, mantiene día a día una actitud ejemplar- y su círculo más cercano). Y esa militancia lo respaldó.

Aquella reelección fue el primer paso de lo que acabó cuajando en la moción de censura exitosa contra un Gobierno del PP ahogado por la corrupción y el establecimiento de dos sucesivos Gobiernos progresistas, que han afrontado no sólo tiempos repletos de dificultades, sino que se las han tenido que ver con una oposición con actitudes insurgentes y protogolpistas, espoleada por influyentes patrocinadores empresariales y toda su acorazada mediática.

En mi opinión, su balance como presidente del Gobierno es sobresaliente. No voy a hacer un repaso, sino a referirme a la derogación de la reforma laboral del PP -¡impuesta por Decreto-Ley!- que precarizaba y devaluaba los derechos de los trabajadores. Todavía recuerdo los malos augurios de representantes empresariales sobre el incremento del desempleo que generaría el restablecimiento de los derechos laborales. Y a los hechos, en términos de cantidad y calidad de empleo, me remito.

La gestión de la pandemia, Ertes incluidos; la revalorización de las pensiones; el incremento del salario mínimo; el incremento de la ayuda al desarrollo (que convierte a España en la “aldea gala” en un tiempo en que las potencias occidentales recortan las políticas de cooperación, después de haber esquilmado las riquezas de Mama África y de casi todo el globo terráqueo); el fortalecimiento de la proyección internacional de España al lado de las buenas causas; la reactivación de las políticas de igualdad; el restablecimiento de la convivencia entre los catalanes y del clima de integración Catalunya/España…y así, un largo etcétera.

Me ha “animado” a ponerme a expresar mi respaldo a Pedro Sánchez, además de mi indignación por la cacería despiadada de que viene siendo objeto desde el principio del principio, la carta de Jesús Caldera, que le honra. Aunque ya forma parte del olvido, Jesús y yo participábamos en los maitines de los lunes del Palacio de la Moncloa, en plena revuelta aznarista contra Felipe González. Él era secretario general del grupo parlamentario del Congreso y yo del Grupo del Senado.

Y también mi infinito disgusto por las sucesivas apariciones “estelares” de un Felipe González irreconocible, que hace recordar aquello de “en la producción social de su existencia, no es la conciencia lo que determina el ser social de los hombres, sino el ser social lo que determina su conciencia (Marx); o en lenguaje rubalcabiano, ”si no vives como piensas, acabarás pensando como vives“.

Y mi desazón por la misiva de 38 ex altos cargos socialistas en la que acusan a Pedro Sánchez -con plena conciencia de los megavatios de amplificación mediática de que dispondría sobre la marcha-, entre otras cosas, de “una práctica de gobierno caracterizada por espurias decisiones políticas que han supuesto una efectiva mutación de nuestra Constitución”. O no saben de lo que hablan o, si lo supieran o supiesen, aún peor.

Creo haber desplegado durante largos años una larga contienda contra la corrupción en ejercicio de mis funciones institucionales o como dirigente socialista, con todas las secuelas que eso conlleva personal y políticamente hablando. Y estoy convencido de que ningún grupo ni comunidad humana está definitivamente vacunada contra la corrupción. En un mundo donde se adora el éxito (medido en términos de fama, dinero y poder, y de todas los “mejunjes” posibles entre éstos), la corrupción de cuello blanco y la más chusquera siempre acechan.

Los socialistas sabemos que lo que espera de nosotros la militancia y la ciudadanía es honestidad. Esa exigencia nos honra y nos obliga a una estricta autoexigencia.

Por eso mismo debemos acertar en la elección de las personas, a la hora de delegar o encomendar responsabilidades. Y no dejar de ejercer nuestra responsabilidad in vigilando. Pero la infalibilidad no es un atributo del ser humano. Pero sí la capacidad de reacción. Y, como diría Durkheim, en sociología la verdad se descubre por comparación. Con el PP, claro.

No nos engañemos: la cacería no es contra Pedro, aunque contra él hayan empleado armas y se hayan adentrado en terrenos hasta ahora desconocidos. La cacería es expresión de una estrategia subversiva -sí, subversiva- , contra un líder y un Gobierno progresistas. Y la repetirán, si llega a tener éxito, cada vez que la derecha y los poderes fácticos a los que representa pierdan el control del Ejecutivo. Y frente a esa estrategia los demócratas debemos rebelarnos. Es la democracia lo aque está en juego. Ni más, ni menos.

Aunque no le haga falta, yo también le apoyo.

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