Tres generaciones en la clausura y una Iglesia casi idéntica: ser monja agustina en Madrid en la era de Prevost

Dicen sobre la fe que un día, simplemente, sientes la llamada. Pero a ellas la religión las ha acompañado desde que tienen uso de conciencia. Sor Cecilia (nombre de pila, María Dolores) y sus hermanas se han reunido en el locutorio, una de las pocas áreas en el convento donde pueden conversar con alguien del exterior. Todas son monjas agustinas que desde hace años viven en la clausura dentro del Real Monasterio de Santa Isabel, en la calle del mismo nombre que hay cerca de Atocha, en Madrid. La capital es el punto con más conventos de clausura de toda España, y uno de los primeros en el mundo después de enclaves tradicionalmente católicos como Roma o Sevilla. Datos recientes del Arzobispado madrileño contabilizaron hasta 28, habitados por unas 300 personas en total. La gran mayoría, alrededor del 75%, son mujeres. En el monasterio de Santa Isabel conviven en torno a una decena de monjas, casi todas de distintas generaciones o procedencias. Hay algunas novicias, pero casi todas llevan décadas entregadas a Dios las 24 horas.
De entre las que ese martes por la tarde charlan con Somos Madrid, poco antes de la misa de las seis, hay quienes llevan 25 o 30 años viviendo entre las mismas paredes. “Las dos hermanas españolas [María Dolores Teijido y María del Amor Hermoso, que ese día no pudieron acudir a la cita] son las más veteranas, entraron aquí en la veintena y ya llevan más de 65 años”, relatan. El resto vienen del extranjero, especialmente de Latinoamérica. En los últimos años, en España han sido habituales los llamamientos para atraer a religiosas foráneas ante la pérdida de interés en la vida monacal entre las generaciones más jovenes.
Son ocho en total las hermanas que permanecen en la salita, donde a lo largo de una hora se habla del cónclave, de la sorpresa de que por primera vez haya un Papa agustino y del pasado, presente o futuro de la Iglesia. Una institución que todas entienden de manera muy parecida, y eso que proceden de tres generaciones distintas. Robert Prevost no solo es el primer norteamericano que sucede a San Pedro, esta vez bajo el nombre de León XIV; también es el único religioso de la Orden de San Agustín que ocupa dicho puesto. Forma parte de la misma corriente del catolicismo que las monjas de Santa Isabel, aunque estas últimas son agustinas recoletas, una vertiente algo más independiente a nivel orgánico pero que bebe de las enseñanzas del mismo santo. Uno de los momentos más cálidos de la conversación es cuando recuerdan cómo vivieron la jornada del cónclave: horas frenéticas para seguir desde la clausura lo que ocurría a kilómetros de distancia.
Rezos y wi-fi para no perder el minuto a minuto del cónclave
“Nosotras estamos conectadas a la realidad. Vivimos aquí, pero sabemos lo que ocurre en el mundo”, aclara Cecilia, que involuntariamente se ha convertido en la principal interlocutora de entre sus compañeras. Al menos, durante los primeros minutos. Poco a poco, el resto se suelta. “Nos gustaba Francisco, creo que hizo mucho bien a la Iglesia”, reflexiona otra de las hermanas, también guatemalteca, Alida Ordóñez.
La muerte de Jorge Bergoglio este 21 de abril desencadenó una hecatombre en el catolicismo. Rápidamente, sus adeptos se dispusieron a nombrar un sucesor. El día en el que las agustinas supieron que ya había fumata blanca en la Plaza de San Pedro, señal de que el cónclave en el Vaticano había finalizado y los obispos elegían a un nuevo líder de la Iglesia, estallaron en júbilo.

Más aún cuando descubrieron que el elegido pertenecía, por primera vez, a su misma orden religiosa. Pasaron toda la tarde enganchadas al televisor y conectadas a la red wi-fi del convento, con la que otras veces se han mantenido al tanto de lo que ocurría fuera de él. Vivieron horas frenéticas, pero les mereció la pena. Creen que con León XIV se mantendrá el paso de Francisco. Una de las hermanas, de hecho, afirma haberlo conocido en persona décadas antes de su elección. No hablaron mucho, pero lo guarda en el recuerdo. Fue en una visita a Roma, en los tiempos en los que el actual Papa aún era un religioso más. Corría el año 2002 cuando Juan Pablo II (1978-2005) decidió canonizar a San Alonso de Orozco, creyente y escritor durante el Siglo de Oro que perteneció, como Prevost y este grupo de monjas, a la Orden de San Agustín.
Precisamente un siglo antes había sido el propio Papa León XIII (1878-1903), predecesor en nombre del actual, el que había decidido beatificar al mismo santo. En los rituales eclesiásticos, la beatificación es el paso previo a la canonización, una forma de honrar a una figura vinculada a la Iglesia elevándole al ámbito de lo milagroso. Ha pasado mucho desde entonces y la casa de Dios sigue siendo parecida: “Nos gusta la Iglesia que conocemos y no hay mucho que cambiaríamos, salvo una cosa. Hace falta evangelizar, y devolver a la juventud unos valores morales que ya no se le inculcan”.
La estructurada vida monástica y el reto de atraer caras nuevas
Es uno de los grandes retos a la vista, opinan. Sin embargo, adentrarse en la vida monástica es visto a veces como un salto al vacío, por el alto nivel de compromiso que conlleva. Las monjas de Santa Isabel narran su día a día, casi como un calco uno de otro: se levantan a las seis de la mañana para, en media hora, empezar a rezar. Sus primeras oraciones del día son siempre tres salmos –una serie de plegarias sobre la Biblia– que inician el rezo litúrgico, al que sigue una hora silenciosa de conversación individual con Dios. En ese momento, todas las hermanas callan para orar con el pensamiento.
Luego viene el momento de la tercia; que, en lenguaje monacal, es otro conjunto de rezos habitual en los monstarios como parte la liturgia, siempre reglada. Eso sí, varía ligeramente según el tipo de convento. Antes, en mitad de esos eventos, las monjas tenían una misa a primera hora, sobre las ocho de la mañana. Terminaron trasladándola a la tarde y ahora la celebran a las 18.00 horas, así que apuran las últimas preguntas antes de salir nuevamente a rezar. A media mañana, una vez terminada la tercia, pasan a la siguiente hora canónica e inicial lo que llaman la sexta. Es el siguiente eslabón de la liturgia de las horas, un modelo de oración diario en la Iglesia católica que se adopta en sus lugares de vida contemplativa.

Ahí vuelven a rezar tres salmos y un himno, para luego pasar cada una a hacer sus labores dentro del convento. Y así hasta la hora de comer. Se van repartiendo oficios que pasan de mano en mano cada trienio, con lo que mantienen a flote la vida desde la clausura. Algunas actúan como enfermeras si se requiere atención urgente; otras son roperas, encargadas de preparar y organizar las vestimentas de cada hermana. Hay despenseras, tenderas, bibliotecarias, torneras... mencionan, una a una, todas las tareas que practican. Quienes se encargan de preparar las comidas, encargo que varía cada dos días aproximadamente, lo hacen con los recursos que el personal extermo le trae de fuera. Y es que ellas no pueden salir a la calle, pero otros sí. En una de las habitaciones contiguas vive un fraile agustino, el capellán del convento, y tienen a una especie de ama de llaves que recoge los productos del supermercado para llevarlos hasta las instalaciones.
¿Una mujer Papisa? Hay quienes lo piden, pero las monjas rehúsan
Saben que hay otras formas de contribuir a la Iglesia. Muchas podrían verse más útiles que la entrega desde el estudio o el rezo, pero ellas optaron por la clausura pese a las dudas iniciales. “A mi me daba mucho miedo, creía que era como dejar de vivir o que no sería capaz de llevar una vida tan estricta. Pero lo hablé con mi entorno, reflexioné y decidí hacerlo. Ahora no me arrepiento”, narra una de las novicias, que aún está en la veintena y se sitúa entre las más jóvenes de las agustinas presentes en el locutorio. Algunas añaden que la conclusión no tiene por qué ser definitiva: hay hermanas que viven sus propias crisis de fe durante el encierro, que suele empezar y terminar en un mismo convento. “En esos casos las acompañamos, oímos sus dudas y las guiamos desde el rezo para que quieran volver a Dios”, explican.
Muchas veces con éxito; otras, no tanto. Pese a que todas coinciden en que la incertidumbre es habitual y no la castigan, ninguna de las ocho monjas admite haber atravesado una crisis del estilo. Su entrega, insisten, no ha vivido fisuras. Por eso creen en la oración como manera de retornar a la fe aunque aceptan e incluso celebran nuevos métodos más modernos. Reflexionan acerca de fenómenos como Hakuna, una asociación y grupo de música pop católica que arrasa entre los jóvenes fieles y ha creado un movimiento dentro de las nuevas generaciones de creyentes. Otras vías son las que ofrecen las redes sociales, y es la razón por la que abrieron una cuenta en Instagram o Tiktok para compartir momentos de su día día o animar a quienes las frecuentan a unirse a la vida monástica.

Entregarse a Dios desde la clausura es su única aspiración, y cuando hablan de hobbies reconocen no leer novelas, o ver películas ajenas a la religión. Tienen una biblioteca en la que abundan las lecturas sobre teología y las historias sobre las vidas de los santos. No buscan ni desean participar en los ritos de ordenación, como reclamaban de nuevo hace unos meses algunos sectores de mujeres religiosas. Precisamente el pasado 9 de marzo se convocó en varios puntos del mapa una protesta a la que no solo se adhirieron desde España: en Polonia, Irlanda, Alemania, Reino Unido, Italia, Estados Unidos, Latinoamérica, Australia o Nueva Zelanda también se reivindicó el Global Action Day, una jornada impulsada desde el lado femenino de la Iglesia para elevar, entre otras cuestiones, a las mujeres al nivel de órganos completamente masculinizados como el clero, o se les permita ordenar sacerdotes y participar en la eucaristía.
Un movimiento del que las agustinas de Santa Isabel se desmarcan y para el que responden, independientemente de la generación de la que provengan, que es la Biblia la que establece cuál debe ser el rol de cada quien para contribuir de la mejor manera a la difusión de la fe. “Sin nuestra presencia, se dejaría de hacer un trabajo vital y los bancos de las iglesias estarían vacíos”, proclamaba, no obstante, la directora del Women’s Ordination Conference (WOC), en declaraciones a El Confidencial a razón de la huelga de mujeres en el seno de la Iglesia. Kate McElwee lamentaba que ellas aún siguieran fuera de cualquier liderazgo o en la toma de decisiones. Algo que volvió a quedar sobre la mesa tras un nuevo cónclave orquestado por hombres de todo el mundo, pero ninguna mujer.
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