En un tiempo donde la democracia está amenazada, donde se atacan las convenciones científicas -bueno, también Foucault las atacaba: las verdades científicas eran el resultado de las fuerzas fácticas, decía, y por lo tanto, opinables, o sea, que había tanta verdad en la física cuántica como en los mitos de los mandingas- y donde al mando del primer imperio del mundo -¿o es ya el segundo?- se ha aupado un señor que no es sino una delegación de los nuevos aires del capitalismo virtual y vigilante, en fin, en un mundo donde ha vuelto a surgir el Demonio, solo nos faltaba que Salvador Navarro (CEV), Ana García (CC OO), Tino Calero (UGT), Carlos Mazón (PP), Diana Morant (PSOE), Joan Baldoví (Compromís) y los demás andaran jugando al ratón y al gato y buscando culpabilidades en torno a la centelleante infrafinanciación. Las dialécticas empleadas por los actores políticos y sociales ni son las de la ética de la convicción ni son las de la ética de la responsabilidad, en todo caso serán las de la ética de la antropología mediterránea: discusiones efímeras y caseras y burbujeantes bajo la sombra de un almendro en flor. Tal vez primero se descolgó el Psoe valenciano del acuerdo marco sobre la infrafinanciación y sus derivados (el PSOE gobierna en España y no gobierna en la CV y esa ambivalencia es muy sufrida, se diría que es como andar todo el día arriba del alambre sosteniendo un palo muy largo para no caerse, pero la vida y la política se fundan en la elección y al personal no le gustan los titubeos: el personal necesita líderes, que por eso existen (hay más demanda de líderes que oferta). Tal vez el PP, con Pérez Llorca a la cabeza, le puso al PSOE minas camufladas para dificultarle continuar en el marco común, y tal vez Compromís no haya reiterado su posición con la suficiente contundencia o moderado la distribución de los actores en el nuevo frente común. Puede. Pero si no hay primero una pulsión consensual entre las fuerzas políticas de las Corts en torno a la Platofaforma per un Finançament Just, es obvio que la CEV y los sindicatos no pueden actuar ni de buhoneros ni de protagonistas: su labor es de acompañamiento o su tarea es arbitral a fin de lograr consensos vigorosos. Esa es su función. La soberanía valenciana, digámoslo así, está en manos de la representación en las Corts, no en las espaldas de la patronal o de los sindicatos, cuya representatividad se legitima desde otros ángulos sociales. Si alguien está torpedeando un consenso logrado con muchos esfuerzos y a lo largo de años, Navarro, García y Calero habrán de aclamarse a la pedagogía, restituir las convicciones, asentar las complicidades, descubrir nuevos recursos para concertar las opiniones, no constituirse en la voz capital que remolca otras voces -las de la política- supernumerarias un paso por detrás. Que Pérez Llorca acuse a la CEV de converger con el PSOE constituye una fruslería. Los tacticismos cotidianos suelen ser inversamente proporcionales a la lógica de la responsabilidad. Y aunque haya un cierto mar de fondo -recorte presupuestario, entre otros, a patronal y sindicatos-, es evidente que quizás mañana el orden de los factores puede mudar: de la crítica a la CEV al aplauso a la CEV. El juego de la “política íntima” a veces imita al “truc” y a veces al póquer, con perdón. Aunque no sea ésa, desde luego, la cuestión. La cuestión central es que, bien mirado, estábamos ante uno de los pocos milagros valencianos de los últimos tiempos, pues constituía un prodigio el que las élites valencianas, políticas y fácticas, hubieran establecido un “contrato colectivo” en torno a la cosa monetaria, la de la infrafinanciación, que algo es algo. Se empieza por ahí y se acaba pactar y normalizar las cuestiones de fondo, físicas y metafísicas, preguntándonos por el futuro de esta periferia, determinando un marco sobre el pasado, el presente y el futuro: sobre las cuestiones vernáculas e identitarias, lingüísticas y así. Porque cuando crees que todo acaba, “torna a començar”, que diría Raimón, y ahí está la AVL bastantes metros bajo el agua, como síntoma último de consensos profundos rotos: ahora la quieren pulverizar con lo que costó levantarla y poner de acuerdo a todos, de Zaplana a Casp y de las ortodoxias lingüísticas a las filologías del “bunker barraqueta”. Y ahí está Alicante, que ahora la quieren declarar, toda y enterita, zona castellanohablante. Ay, si don Vicente Ramos levantara la cabeza. La historia no es que regrese sobre sus pasos, ni que se imite a sí misma, ni que se reproduzca como un clon, es que no parece avanzar aunque tengamos bases sólidas para creer en su avance. Los avances parecen reflejos, como en el mito de la caverna. Se diría que los valencianos vivimos entre dos mitos, el de la caverna y el de Sísifo: la piedra siempre está al fondo del valle. Cuando se alcanza un contrato cultural, siempre es susceptible de ser fulminado. El ejemplo de la Plataforma per un Finançament Just ejemplifica el modelo del que hablamos, aunque sea desde el punto de vista dinerario: un pasito adelante y otro atrás. (En el plano del transporte, bien que lo sabe Federico Félix y su Pro AVE, años de lucha, y después están las reivindicaciones del Corredor, aunque en estos casos los empresarios lideraban la exigencia, y en la infrafinanciación es la política la que ha de encabezarla, son otros niveles de representatividad).