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Hasta ahora, Alfonso González-Calero había publicado dos libros de poemas. El primero, con el que se estrenó como poeta, titulado ‘Ida y vuelta’ lo publicó en 2017 dentro de la colección Biblioteca Añil Literaria, de Almud Ediciones, siendo el propio González-Calero el editor. Dicho volumen reunía poemas escritos durante un periodo muy largo, entre 1985 y 2015, y se abre con un prólogo de José Corredor-Matheos, quien manifiesta que “el libro es parte de un diario en el que se van recogiendo sensaciones, impresiones, con palabras inseparables de su temporalidad”.
También subraya Corredor que “los temas tratados se manifiestan en una suerte de confesión.” Y así es: “Me estremece el silencio, / ovillado en mi cama, / vencido sobre el grito / de una respuesta incierta / Establezco mentiras / para dudar que vivo / y agarro el horizonte / por la brizna de un alma”. Su segundo libro, ‘Aliento’ (Mahalta, 2021) está prologado por Federico Gallego Ripoll, quien aprecia en la poesía de Alfonso González-Calero una “piadosa mirada sobre las cosas”. El tiempo, siempre presente en su lírica, marcado por el ritmo de la vida, no al revés: “Horizontal, el tiempo, / el camino, el esfuerzo, / la tenaz noria que repite / sus ecos y mis pasos”.
Todavía no me había llegado el tercer libro de poemas de Alfonso González-Calero, ‘Temple y tiempo’, publicado por la toledana editorial Celya a principios de este mismo año y prologado por María Muñoz.
Pero mi apreciada colega Mari Cruz Magdaleno, que estaba preparando un artículo sobre la figura literario-poética de González-Calero, fotografiaba poemas de la edición y me los enviaba. Desde esos pocos mensajes gráficos, comencé a apasionarme por esta nueva obra hasta que recibí, por fin, el flamante ejemplar. Alfonso González-Calero atesora, como ya se ha atisbado, un señero papel como decano y asentado editor. La periodista Mari Cruz Magdaleno, a este respecto, destaca en ese artículo que estaba preparando, publicado, al cabo, por ABC, que “muchos de los nombres de poetas hoy consolidados en la región, lo son gracias a su impulso”.
Lo primero que se destaca del libro es el recurso de vistosa aliteración utilizado en el título. La poesía domeñando (tensando o suavizando) la condición del tiempo, orientado, en la poética del autor, al testimonio. Antes, como hemos señalado, su poesía estaba marcada por la confesión, siendo ahora cuando el testimonio toma el relevo.
Otra característica no tarda en notarse; es más, ya desde el primer poema, el notable influjo de la poesía de José Corredor-Matheos, entrañable amigo a quien dedica un poema del libro, sobresale en parte de la escritura de ‘Temple y tiempo’, Dicha influencia se transparenta tanto en el concepto (“Comparte el aire que respiras / que es igual para todos / y sé feliz con ello, / sin pedir nada; / solo respirando”) como en la, significante, disposición de los versos.
El contenido de ‘Temple y tiempo’ está investido de una contundente clasicidad, mostrando equilibrio, indagando en todo momento la belleza y anhelando adaptarse formalmente a la tradición. Sus versos tienden a adoptar moldes canónicos, aunque, como sugestivo contrapunto, se producen sanas irregularidades en la escansión que, sin embargo, acrecientan una salud verbal muy nutritiva.
En los poemas, reina una mayoría de endecasílabos y heptasílabos, algún eneasílabo, aflorando, también, los amplios, con tendencia a ser narrativos o altamente descriptivos, alejandrinos.
Sirva este completo ejemplo: “Una amargura gris que te llena la boca. / A borbotones bebiste de aquel vaso / que ahora se va vertiendo, lentamente, / sin que puedas notar su sabor ácido / que desde siempre estuvo ahí /aunque tú lo esquivaras”.
Hay un poema en este libro que está dotado de una sugerente rima asonante muy eficaz en varios sentidos: para conformarse como una canción, melodiosa y rítmica; para templar el ‘tempo’ del poema basándose en las consuetudinarias repeticiones temporales que constituyen la vida partiendo del hambre o la desgana, ejemplarizadas en las modélicas aves del poema.
Creo que merece la pena que lo transcribamos entero: “Hoy no vienen los pájaros; / están en otra parte. / No atienden mi llamada / o es que no tienen hambre. // Es difícil saber / cuando van a escucharte, / cuándo ese pan tan blanco / les moverá hasta alzarse. // Pero yo sigo dándoselo, / echándoselo al aire. / Esperando a que vengan / a comerlo esta tarde”.
La singladura de Alfonso González –vida a fin de cuentas- está, naturalmente, conformada, en una grandísima parte, por los libros. Uno de los poemas de ‘Temple y tiempo’ se erige como sobresaliente testimonio del contacto de nuestro autor, duradero, vital, con el ánima de los libros: “Ese tiempo es ahora / cuando una cierta vida va parándose / cuando llega el momento de parar y mirar, / de entender los perfiles que quieren decir algo. // Libros que están ahí, que te acompañan / en este paso lento de tu vida”.
Por otra parte, el poema de González-Calero también se empeña en remarcar una clara poética conceptual que aplica a su poesía; poética aleccionadora al tiempo que contradictoria. En el texto declara que “Cuán lejos estoy de esos excelsos poetas de lo oscuro”, alejándose, en la literalidad del poema, de la actitud de esos poetas: “Cuán lejos de su sabiduría hermética que da luz a las aristas y se hunde en el cieno de los absurdos”.
Mas, al cabo, su verso muestra una rendición, poética, contradictoria pero sobremanera sugerente: “Cuán lejos y, sin embargo / ellos están ahí para indicarme / la gran distancia que me queda, / lo que me falta para llegar a ser / un hondo poeta de lo oscuro”.
La poesía de Alfonso González-Calero traza tantas veces el firme testimonio de la realidad mundana, con sorpresiva sentimentalidad, en un compás muy adecuado, el verso alejandrino: “El silencio te asusta, te acerca a tus temores / y por esos prefieres las nieblas que hacen ruido”.
Si la literatura, y especialmente la poesía, es un arte combinatorio, consistente en la ideal ejecución, persiguiendo una limpia expresión, paradigmática del hacer clásico, de concertar adecuada, sorpresiva y mágicamente, todos los elementos lingüísticos que entran en juego, de este modo la poesía de González-Calero cumple con esta máxima condición. En definitiva, el poeta sabe aunar a la perfección la calidad del concepto y la sonoridad del significante en el signo lingüístico más completo.
No se olvida tampoco el poeta de aplicar la sentencia a través de unos versos aventados, rápida y rítmicamente como dagas, deviniendo semillas certeras lanzadas al aire. Sabe que estas sentencias cursan mejor en versos cortos, de heptasílabos para abajo: “Pelear con sombras. / Esa especie de duelo / sin ganador, sin sangre. / Esa oscura batalla / sin un claro final. // Pelear al alba / cuando las cosas / pierden sus contornos.” También González-Calero ensaya ese frecuente poema, de algún modo meta-literario, en alusión a otros escritores.
Así, en el poema “Panero, homenaje”, se lanzan los cabales matices, verbalmente muy acertados, de la figura de ese controvertido personaje, Leopoldo María Panero, el más destacado miembro de esa polémica familia. Sobre Panero se discurre así: “Y cuando te equivocas con tu propia insolvencia, / con esa labia tuya de no haber roto un plato, / no haces, sino fijar tu retrato en la historia, / esa mezquina hada que a veces es madrastra”.
La labor de Alfonso González-Calero como poeta, en suma, iguala, o va igualando, a estas alturas, en relevancia, a su edificante y acreditado ejercicio de editor. Su poesía, como atestiguan los ejemplos que hemos mostrado, es rica en léxico, en sintaxis, en oportunidad combinatoria, como dijimos, y en ese hálito inefable que la buena poesía siempre asume, muy eficientemente, en una inspiración benefactora, el ánimo del lector.
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