ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Diva nazarena, diva macarena

Llevo semanas mascando la entrevista a Melody y pendiente sobre todo del seguimiento que se le ha hecho. La tónica de todas las críticas, análisis y opiniones que he visto ha sido la misma: condenarla por su no posicionamiento ante el genocidio palestino. Es una obviedad subrayar de nuevo que cualquier artista puede posicionarse política y humanamente. Igual que me pareció una obviedad que ella evitara dar un titular al respecto, aferrándose al “soy artista” y al hecho de que no hablaría de lo que no entendía. Insisto: una obviedad. Porque no es ese tipo de artista.
No voy a negar que no haya yo fantaseado con que de pronto, en un concierto cualquiera, cambie la estrofa del pez en el mar por algo como “ella es libre luchando desde el río hasta el mar”, gritando seguidamente: “¡Palestina es valiente, poderosa!”. Chulísimo sería. Pero no le pido peras al olmo y desde luego no me enfado con el olmo por no darme peras. Ahora, habiendo asentado esto, quiero señalar lo que me ha enervado a mí de la entrevista en cuestión. Mejor dicho, de las reacciones a la misma.
En varios momentos, Melody explica que le habían coartado en lo creativo, en el despliegue performático. Concretamente, indica que se le pidió rebajar el tono, que se contuviera, por que es “demasiado española” y eso fuera no se iba a entender. Ella es un exceso, una imagen que se vende impresionantemente bien como reclamo y flor del arte español, pero que en seguida avergüenza y se debe refrenar. De este modo ya no es diva, sino chabacana, pueblerina, ordinaria, … ¿Suena la película? Debe hacerlo, porque cuando dicen “demasiado española”, quieren decir, hablemos claro, demasiado andaluza.
No es la primera vez para Melody. Hay por ahí una tristemente célebre entrevista, hecha hace muchos años, en la que sus contertulios no andaluces valoraban con sorpresa que, siéndolo ella, hablase “bien”. ¿Es porque has estudiado?, le preguntaron. Ella, igual que yo y tantas y tantos andaluces, ha aprendido a normalizar ese trato y correr un tupido velo, tirando pa’lante. Tal vez por eso nadie, que yo sepa, ha dicho nada al respecto. Pero lo cierto es que me encantaría ver que la misma virulencia vertida sobre ella por su tibieza, se vertiese igualmente hacia quienes derraman su andaluzofobia sin consecuencias. Y es que, qué cosas, pocos antes de esta entrevista salió una realizada a otra cantante andaluza, María Peláe, narrando igualmente episodios del estilo: de ella ciertos medios esperan que sea grasiosa, que prepare gazpacho y que rebaje el acento por ser demasiado sureño. Y eso sin olvidarnos de otra representante eurovisiva, Remedios Amaya, a la que también le impusieron en su día la contención de la expresividad propia de su origen (su problema era doble, andaluza y gitana).
Queda claro que cualquier ocasión es buena para mofarse de lo andaluz, para tirarse al cuello del seseante, ceceante o jejeante que se atreva a usar un micrófono y una cámara para algo que no sea contar chistes. En ese caso, el chiste lo hacen a nuestra costa, incluso cuando, corazón y datos en mano, relatamos nuestros pesares. Exactamente eso es lo que ha pasado con la última restauración de la Macarena.
Vaya por delante que todo el mundo puede tener su propia opinión sobre el tema. Lo que no es de recibo es negar el trasfondo de la situación, tan conocido por los andaluces que ante cualquier manifestación con un mínimo cariz religioso, estamos ya ciertos esperando la retahíla de agravios desde fuera (y dolorosamente, también desde dentro): ignorantes, catetos, incultos, borregos, serviles, primitivos, desfasados, etc. No ha sido diferente esta vez. Medios nacionales e internacionales han querido hacerse eco de la noticia, adhiriéndose, en mi opinión, a este mismo sesgo. Y eso es de una bajeza imperdonable.
Aunque el bombazo mediático no se haya dado igual (por lo que sea), los mismos días que se lloraba en Resolana, había en otras zonas de Sevilla personas manifestándose por los continuos cortes de luz, por la inclusión LGTBIQ+, por una remuneración justa al personal médico y contra el genocidio en Gaza. Cerca, en Cádiz, los trabajadores del metal hacían valer sus derechos. Poco antes de eso, hubo una multitudinaria manifestación pro-Palestina en Jerez, y días antes hubo otra en Riotinto, Huelva, para denunciar la penosa situación de la Sanidad Pública andaluza. Esto es sólo una muestra de lo que pasaba en y cerca de Sevilla, pero hablar de ello no tendrá el impacto que tiene hablar de las pestañas de una virgen. A pesar de que todo esto confluye, cabe y duele igual. Pero no gusta fuera por no encajar en el molde prefijado de “lo andaluz”, porque no da espectáculo ni refuerza el estigma, así que no se cubre con el mismo interés o directamente ni se cubre.
Es más sencillo y cómodo echar pestes sobre quien llora por un trozo de madera con pestañas. Así de crudo lo presentan algunos.
Prácticamente nadie se ha parado a escuchar, a entender. Un hombre, preguntado a la puerta de la basílica de la Macarena, revelaba el quid de la cuestión dando frases demoledoras en las que apuntaba a la Junta de Gobierno de la hermandad, quien gestionó el asunto:
Esas manos, que no sabían lo que tenían.
Que le pregunten qué le han hecho a la Esperanza.
Se ha tenido que topar con esto para que el pueblo hable.
Y ahora ni nos mira siquiera.
Vivimos en un sistema, en unos tiempos, absolutamente descorazonadores. Nos arrebatan el hogar, los ritos, los espacios comunes, la forma de socializar, lo público, casi hasta la alegría, … Y encima de todo eso, fijémonos en lo simbólico y poético del asunto, van y nos tocan la Esperanza. Eso que, siempre se dice, es lo último que se pierde. La cambian (y de qué manera), no la reconocemos y no nos mira a los ojos. Claro que es la gota que colma el vaso, pero eso no evapora las gotas anteriores. Lo que pasa es que aquí la Esperanza (todas ellas) está encarnada en antiguas dolorosas de candelero, obras de arte patrimonial que además procesionan, salen a las calles. Así es fácil mentarla, tenerla presenta, relacionarse con ella. Para quien no tenga el hábito y la suerte, puede ser difícil de comprender, naturalmente. Pero eso no da licencia para descalificar ni para obviar toda la complejidad y matices de una ciudad, de todo un pueblo.
No olvidemos que una diva no pisa a nadie para brillar. Los pueblos tampoco deberían hacerlo.
Sobre este blog
ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
0