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“Las mujeres sin hijos no somos seres incompletos”: ¿hasta cuándo vamos a pedir explicaciones a las que no quieren ser madres?

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13 de junio de 2025 22:25 h

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Hay mujeres que lo tuvieron claro desde siempre. Otras que lo descubrieron tarde, como una certeza que se asienta: que no quieren hijos. Que no van a tenerlos. Y, sin embargo, su “no” parece una provocación. El sistema realmente no sabe qué hacer con una mujer que se niega a ser madre. Definitivamente, tenemos que hablar de esto.

Ellas hablan

Miley Cyrus, que creció bajo los focos de Disney y maduró desmontando una a una las jaulas que la industria y la cultura habían fabricado para ella, ha hablado con claridad sobre su elección de no ser madre (al menos, por ahora). En una entrevista reciente para W Magazine, Cyrus ha dicho: “Si no quieres tener hijos, la gente siente pena por ti, como si fueras una perra fría, sin corazón, incapaz de amar. Tengo 31 años y todavía no sé si quiero tener hijos”. Esa indecisión no es vacilación, sino resistencia. En su negativa a asumir la maternidad como destino irrenunciable resuena un eco generacional: el de quienes se niegan a traer vida a un planeta en llamas, el de quienes entienden que amar también es elegir no perpetuar —otra de sus frases en la misma entrevista: “La idea de que mis hijos puedan habitar un planeta donde los mares ya no puedan tener peces es angustiosa”—.

Pero no se trata solo de renunciar, sino de redefinir. “Siento que mis fans son como mis hijos”, dice, y evoca con cariño a su madrina Dolly Parton, que nunca fue madre biológica, pero que —como tantas otras— ha ejercido formas de maternidad simbólica, emocional, comunitaria.“Mother can be RuPaul, mother can be Beyoncé” [Madre puede ser RuPaul, madre puede ser Beyoncé], remata Cyrus, con la contundencia pop de quien sabe que la maternidad ya no cabe en un solo cuerpo ni en un solo verbo. En su mirada, ser madre no es parir, sino cuidar. Y también —por qué no—, elegir no hacerlo.

Si no quieres tener hijos, la gente siente pena por ti, como si fueras una perra fría, sin corazón, incapaz de amar. Tengo 31 años y todavía no sé si quiero tener hijos

Miley Cyrus

En los últimos días, la cantante y compositora española Ana Guerra ha cortado de raíz las especulaciones sobre su posible maternidad con una sinceridad punzante: “Me da pena seguir viviendo en una población tan retrógrada que, una vez más, según me caso, tienen que decir que estoy embarazada porque eso es lo que me corresponde hacer ahora mismo en mi vida”. Molesta por el asalto a su intimidad, denuncia que solo ella recibe esas preguntas —no su marido, el actor Víctor Elías—, y lo señala como síntoma de una sociedad que sigue exigiendo a las mujeres que aparquen su carrera para “dedicarse a la casa y tener hijos”.

Bastó esa declaración para que las redes ardieran: la tildaron de egoísta, desagradecida o inmadura, entre otras lindezas; porque sigue habiendo algo que no se le perdona a una mujer con proyección pública: decir en voz alta que no quiere ser madre. “No entra en mis planes […] y ojalá esto sirva para que algo cambie”, dijo, con esa mezcla de hartazgo y esperanza que acompaña a quien se atreve a cuestionar lo incuestionable. Su negativa a seguir el guion no fue recibida como una opción personal, sino como una amenaza al orden simbólico. Le llovieron juicios, diagnósticos no solicitados, y la sospecha de que ya cambiará de idea. Pero Guerra, en lugar de rectificar, se mantuvo firme y soberana, liberada de la obligación de justificar sus decisiones. Al hacerlo, puso en evidencia algo más profundo: que no solo hay que conquistar el derecho a no ser madre, sino también el de expresarlo sin disculparse.

No solo hay que conquistar el derecho a no ser madre, sino también el de expresarlo sin disculparse

El mandato materno

El mandato materno es algo con lo que crecemos; pocas nos hemos librado de acunar, pasear y cuidar a nuestras muñecas. El mal llamado “instinto maternal” es un mito construido sobre siglos de necesidad económica y control social. Adrienne Rich lo dijo con precisión quirúrgica: no es lo mismo la experiencia materna que la institución de la maternidad. Negarse a entrar en esa institución no es rechazar el amor, los cuidados o la ternura: es negarse a seguir un precepto. Y es que no querer ser madre no significa no cuidar. Las mujeres que no tienen hijos pueden estar más presentes en sus redes, en sus proyectos, en sus comunidades. Algunas se convierten en tías devotas, madrinas poéticas, amigas de emergencia o sostén emocional de otras mujeres. No es la criatura lo que falta: es el reconocimiento de que la entrega pueda tener otros destinos.

“Las mujeres sin hijos no somos seres incompletos. No somos ni más felices ni más infelices que las madres. Ni más frustradas ni más realizadas. No sentimos que hayamos fallado como mujeres y, si lo sentimos, es culpa de una sociedad que solo nos considera valiosas en función de nuestra aportación a la supervivencia de la especie. En mi caso, me importa un pepino la supervivencia de la especie. Se me ha concedido un tiempo en este planeta y lo que haga con él es cosa mía. Habrá quien piense que soy egoísta. Se equivoca. He cuidado, sigo cuidando y creo que cuidar es quizá lo más importante que una persona puede hacer… pero no necesito ser madre para hacerlo. Me cuido a mí, cuido a mi familia —mis padres son ahora dependientes y poder estar cerca es algo que me asusta, pero que abrazo—, y cuido de mi entorno tanto como puedo”, apunta S. cuando charlamos.

Las mujeres sin hijos no somos seres incompletos. No somos ni más felices ni más infelices que las madres. Ni más frustradas ni más realizadas. No sentimos que hayamos fallado como mujeres y, si lo sentimos, es culpa de una sociedad que solo nos considera valiosas en función de nuestra aportación a la supervivencia de la especie

S.

La culpa, siempre la culpa

No faltan voces —también femeninas— que, ante una mujer que expresa su deseo de no ser madre, la tratan de incompleta, inmadura o egoísta. La mayoría de las veces, se desatan las frases hechas: “Pues no sabes lo que te pierdes” o “entonces, no vas a conocer el verdadero amor” son dos de las perlas más repetidas. Pero el deseo —y su ausencia— no debería necesitar justificación. ¿Qué necesidad hay de explicar lo que no se desea?

Me cuenta T.: “Si tanto nos preguntan a las que no somos madres que por qué no lo somos o por qué no tenemos hijos, ¿no habremos de responder y encontrar las palabras que representen con la mayor fidelidad posible cómo es nuestra relación con la maternidad, con la idea del hijo? No hay posturas radicales, sino posturas radicalizadas. No todo es blanco o es negro. No querer tener hijos no es ser antiniños. No querer ser madre no es que te dé alergia juntarte con aquellas que sí lo son. Y no son cosas tan obvias. Todas las realidades deben poseer una representación para alumbrar una conversación común y en común, y engendrar un imaginario múltiple, creativo, potencial, verdadero. Verbalizar el abanico de grises es imprescindible. Desde mi punto de vista, la única forma pasiva de participar en la maternidad no es decidiendo ser o no ser madre, queriendo tener o no tener hijos, sino callando”.

No es la criatura lo que falta: es el reconocimiento de que la entrega pueda tener otros destinos

¿Y si cambiamos la pregunta?

En lugar de preguntarnos por qué una mujer no desea tener descendencia, podríamos preguntar por qué se asume que debería tenerla. ¿Realmente es tan complicado tratar el deseo materno como una opción más… sin más? ¿Qué pasaría si a las mujeres se nos preguntara por nuestros proyectos, nuestras pasiones y nuestras invenciones, en vez de por los frutos de nuestros vientres? Elegir no ser madre puede ser una armación de libertad. Puede ser un acto de conciencia ecológica, política, económica, corporal. Puede ser la forma más honesta de decir: no quiero traer a alguien al mundo si no voy a poder sostenerlo bien o, simplemente, porque no me nace.

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