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Opinión - El silencio no es una opción. Por Esther Palomera
ANÁLISIS

El ‘neijuan’ español

Jóvenes manifestándose por una vivienda digna en Málaga.

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Neijuan es una palabra que hace unos pocos años se convirtió en una de las más populares en China. Podría traducirse como ‘involución’ y se recuperó para referirse a los jóvenes que por más que se esfuercen no consiguen progresar socialmente. El consultor Antoni Gutiérrez Rubí recurre a este concepto en el inicio de su ensayo Polarización, soledad y algoritmos (siglo XXI). Acertadamente lo presenta como una radiografía de las nuevas generaciones y está formulada sin apriorismos, a partir de datos y conversaciones con grupos de jóvenes. Porque a menudo, también en los medios, hacemos ver que les oímos pero en realidad les escuchamos poco.

El trabajo se centra en la generación Z, bautizados como ‘centennials’ (nacidos entre 1995 y 2012), porque son los que están ya participando de lo que el autor resume como la escena pública.

Los adjetivos para describir su perspectiva vital serían muchos aunque uno que encaja a la perfección y no solo en España es desencantada. Es una generación desencantada. En España, como en Italia, Grecia, Portugal o Bulgaria, la media de edad en la que se independizan los jóvenes es de 30,4 años. Solo 4 de cada 10 de los que tienen entre 18 y 34 años afirma que puede cubrir bien sus gastos básicos.

Estudiar, encontrar un trabajo e intentar ahorrar ya no es garantía de poder sobrevivir en condiciones. Ese sería un resumen y una diferencia respecto a generaciones anteriores cuando acceder a la clase media no era fácil pero sí más probable que ahora. Porque si los datos macroeconómicos, muy buenos en España, no capilarizan y no se notan ni en los sueldos ni en las condiciones laborales, el triunfalismo debería estar controlado. Hace solo unos días publicamos en elDiario.es una completa información que ayuda a entenderlo: los beneficios de las empresas crecen el doble que los salarios desde antes de la pandemia.

Una de las críticas que se hace a los jóvenes, en especial por parte de adultos de más edad, es que se quejan por todo, o por demasiadas cosas. Se les acusa de ser una generación perezosa porque, como se describe en el libro, algunos de ellos se niegan a aceptar un modelo tradicional en el que las responsabilidades laborales condiciona buena parte (o la mayor parte) de su vida. Gutiérrez Rubí recurre a varios estudios que concluyen, no solo en España, que estos jóvenes son más infelices en el trabajo que los millenials, la generación X o los baby boomers. Un ejemplo concreto. Según un estudio de Randstad, para casi la mitad (48%) el teletrabajo no es algo negociable.

A partir de encuentros con jóvenes en Madrid y Barcelona se llega a varias conclusiones sobre qué piensan y qué les preocupa. Sienten incertidumbre respecto al futuro, se quejan de falta de representación (algo que les lleva a cuestionar el sistema porque entienden que sus preocupaciones no están siendo atendidas) y se muestran impacientes por la falta de resultados. Un repaso a los debates que monopolizan las tertulias a diario serviría para darles la razón.

Las elecciones en distintos países, desde Argentina a Portugal, y los sondeos respecto a qué puede pasar aquí, prueban que ese malestar se está traduciendo, muy especialmente en el caso de los varones jóvenes, en votos para la extrema derecha. Un ejemplo: Javier Milei consiguió un 69% de apoyos entre los menores de 25 años. Otro: la encuesta de 40dB publicada este lunes por El País vaticina que Vox sería el primer partido entre los que tienen entre 18 y 44 años.

Algo para lo que no se necesitan muchos sondeos porque solo hace falta revisar las redes, las mujeres ‘centennials’ se movilizan más por la igualdad y en defensa de las políticas sociales. Es una brecha de género que no para de crecer. El reto de la izquierda es encontrar un equilibrio complejo para trabajar en pro del feminismo y a la vez no seguir perdiendo electores entre los varones más jóvenes (y no tan jóvenes). Porque uno de los colectivos más perjudicados por las políticas de la extrema derecha si estas gobiernan somos las mujeres.

Evidentemente la forma en que se informan los jóvenes influye en su percepción de la sociedad y la política. Muchos ya están abandonando incluso las búsquedas en Google. Los algoritmos y referentes que no aparecen en los medios tradicionales explican también sus valores y creencias. De ahí, como alerta este ensayo, los partidos, las instituciones y las figuras políticas tienen que adaptarse. “No hacerlo es dejar la vía libre a quien lo haga mejor. En muchos lugares del mundo esto se traduciría en hacerle un favor a la ultraderecha”. Y si hay que buscar ejemplos solo falta examinar cómo Trump planteó su campaña y cómo se acercó a estos colectivos. Seguir mirándoles por encima del hombro solo servirá para aumentar la brecha.

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