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Hace cien años que murió Pablo Iglesias Posse, y no puedo evitar preguntarme qué pensaría si viera en qué se ha convertido hoy su partido. Parece que sus postulados y principios hubieran desaparecido, no como resultado de una evolución ideológica consciente, sino como fruto de un borrado progresivo. No ha habido un debate o un cambio de paradigma que reconociera la necesidad de superar ciertas tesis; simplemente, se ha dejado que se pierdan.
La palabra 'socialismo' ha caído en la banalización, no tanto por sus enemigos históricos, sino por aquellos que debían proteger su significado. Se alzan los puños al cantar La Internacional, mientras gran parte de la militancia desconoce ya la historia y las luchas del movimiento obrero.
Hoy, apenas quedan figuras dentro del partido que orienten en lo ideológico, y quienes aún resisten están agotadas, cansadas de luchar contra corriente, muchas veces decepcionadas por el rumbo de los acontecimientos.
No escribo estas palabras para posicionarme en favor o en contra de ningún liderazgo concreto. Más bien, es un grito desesperado que reclama una reflexión interna, tan necesaria como ausente en estos últimos tiempos.
Estoy cansado de la falta de proyecto, de ver cómo importa más el cargo o el puesto que los valores ideológicos que un día nos llevaron a participar en política.
Algunos lo atribuyen a las redes sociales, otros a la ola reaccionaria que atravesamos. Yo, en cambio, prefiero mirar hacia dentro: preguntarnos qué estamos haciendo como organización
Siempre he tenido fe en la posibilidad de reconstruir el partido, confiando en que los jóvenes, con ese espíritu inconformista que a veces se nos atribuye de manera paternalista, lideraríamos ese proceso. Sin embargo, cada día me resulta más difícil mantener esa esperanza. Se ha ido destruyendo la militancia de base, y no es un fenómeno aislado: cada vez más parece ser un problema endémico de los llamados 'partidos de masas'.
Algunos lo atribuyen a las redes sociales, otros a la ola reaccionaria que atravesamos. Yo, en cambio, prefiero mirar hacia dentro: preguntarnos qué estamos haciendo como organización. Este problema no es exclusivo del partido matriz. También las Juventudes Socialistas de España, que deberían ser la vanguardia de la crítica, la formación política y la renovación ideológica, han acabado reproduciendo los mismos esquemas burocráticos y clientelares. Lejos de ser un espacio de debate abierto y transformación, las Juventudes parecen haberse convertido en una réplica en miniatura del partido, preocupadas más por la gestión de cuotas, cargos y apoyos internos que por la construcción de un verdadero proyecto político de futuro. Se premia la obediencia y la lealtad ciega, mientras que la crítica, el debate y la reflexión, pilares fundamentales de cualquier organización verdaderamente socialista, son vistas con sospecha o directamente castigadas.
Esta dinámica no solo empobrece el debate, sino que aleja a quienes aún tienen voluntad de comprometerse con una causa colectiva y transformadora. Si los espacios juveniles pierden su capacidad crítica y su autonomía política, ¿qué esperanza queda entonces para la renovación real?
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