Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

ENTREVISTA
Juan Carlos Blanco, periodista: “Los partidos no renuncian a difundir bulos porque hoy ganan elecciones con bulos”

Juan Carlos Blanco, periodista: "Las nuevas generaciones viven hoy la mayor pandemia de distracciones de la historia"

Daniel Cela

Sevilla —
21 de mayo de 2025 21:12 h

0

Juan Carlos Blanco (Ginebra, 1966) es un periodista y consultor de comunicación que piensa y habla en metáforas. Las metáforas encandilan a los periodistas porque dan titulares y porque, bien construidas, facilitan el entendimiento de asuntos complejos. Fue director de El Correo de Andalucía, subdirector de Diario de Sevilla, portavoz del Gobierno andaluz entre 2017 y 2019, colabora en tertulias de Canal Sur, la Cadena Ser y Onda Cero y dirige el pódcast Algohumanos.

Aquí, en su primer libro, 'La tiranía de las naciones pantalla. Los cinco pecados capitales de las plataformas que gobiernan internet' (Editorial Akal), hace un despliegue crítico -muy crítico- de la sacudida política, cultural, social, económica y ética que han provocado las grandes corporaciones tecnológicas en nuestras vidas.

¿A qué se refiere cuando habla de naciones pantalla?

Es un concepto que he querido acuñar para explicar la idea fuerza de este ensayo, que es que hoy en día las plataformas tecnológicas, todas aquellas que tienen el modelo de negocio de la publicidad programática, quieren imponer sus reglas del juego de la sociedad y quieren ser más poderosas que los estados. De hecho, hoy en día Google, Meta, Amazon o la propia X de Elon Musk son mucho más importantes para la vida de las personas que muchos países. Esto parece distópico, pero ya no lo es: las plataformas tecnológicas son capaces de regular tu vida. Son grandes hermanos orwelianos que han entrado por la puerta de atrás y no nos hemos dado cuenta de que copan todos los ámbitos de nuestras vidas y les permitimos todos los excesos.

Hay un libro fundacional sobre comunicación: Apocalípticos e Integrados, de Umberto Eco. ¿Usted es de los primeros?

Esto no es ningún tipo de alarma apocalíptica, es una descripción objetiva de nuestra realidad. Nunca he tenido el síndrome conspiranoico ni apocalíptico. El problema es que hemos convertido Black Mirror en una película neorrealista italiana. Si hace cinco años hablamos de sistemas de reconocimiento facial o que haya carné por puntos en función de la conducta de los ciudadanos, podríamos decir que es distópico y apocalíptico, pero esto ya está pasando en China. Tú mismo, ahora, si te apetece viajar a Berlín y miras en una pantalla, te van a aparecer anuncios de Berlín durante tres semanas y tendrás la sensación de que te vigilan. Los modelos de negocio de las plataformas se basan en la extracción masiva de millones de datos personales y privados con los que pueden hacer el suficiente número de anuncios personalizados como para ganar muchísimo dinero. Esto es una violación masiva de nuestra privacidad. Sobre todo las nuevas generaciones viven hoy la mayor pandemia de distracciones y desconcentración de la historia, las redes sociales ejercen de fentanilo para los sistemas democráticos, y ya hay barrios donde sólo ves casas de apuestas donde antes había mercerías.

No hay distopía, es nuestra realidad: hemos convertido Black Mirror en una película de neorrealismo italiano

¿No tiene mucha confianza en las instituciones como contrapesos de esa invasión tecnológica?

Bueno, yo apelo a los poderes públicos para que ejerzan ese contrapeso. Lo que sí sostengo es que de una forma timorata en algunos casos, como el caso europeo y en otras como ahora mismo ya en Estados Unidos con la administración Trump, las administraciones no han asumido su papel más proactivo, vehemente y beligerante en la defensa de los principios y valores de las sociedades occidentales y a la hora de poner coto a tantos abusos y atropellos por parte de las plataformas.

Puede que la dificultad de regular esto se deba a que se juega en el espacio de la libertad de expresión, de comunicación y de consumo...

Sí, es verdad, nadie niega la dificultad del empeño, Pero que el empeño sea tan extraordinario no implica que tengamos que resignarnos. Las plataformas no se hacen responsables de los contenidos que se publiquen en ellas. En el libro menciono la Ley de decencia en el sector de las telecomunicaciones, que inlcuye este artículo, primero en Estados Unidos, y luego en las legislaciones de otros países europeos. Porque si no pones este tipo de articulado en las leyes, se entiende que puedes frenar la innovación, porque Internet no hubiera salido adelante, hubiera habido millones de denuncias que hubieran frenado la innovación.

Hubiera frenado otras cosas...

Exacto, habría sido una gatera para las peores actitudes y tropelías. Porque en nombre de esa supuesta libertad de expresión se han cometido los peores atropellos en todos los sentidos. Hoy en día, canales sociales, como en la última década Facebook, se han convertido en las mayores autopistas para la distribución de bulos infames y patrañas que han existido jamás en la historia de la humanidad. Siempre los ha habido, pero hoy se ha multiplicado de forma exponencial su impacto. Los Estados, como representantes de los ciudadanos, tienen la obligación de establecer determinadas reglas del juego y que se cumplan, que esa es otra. La sociedad lo está percibiendo ya, hay mucha gente que está repensando su relación con las pantallas, empezando por los colegios e institutos.

En 20 años miraremos lo que hicimos con los móviles de la misma manera que hoy recordamos que los médicos operaban con un cigarro en la boca

La inquietud hacia las pantallas que recoge el libro, ¿te nace como periodista o como padre de adolescentes?

Como periodista, como padre, ciudadano y profesor. Si algún profesor está leyendo esta entrevista, me gustaría que reflexionara si ha notado un cierto deterioro y erosión en la capacidad cognitiva de sus alumnos en los últimos años. Hoy en día un profesor es alguien que tiene que combatir contra la Liga Fantasy, Instagram o TikTok y sabe perfectamente que la capacidad de atención de sus alumnos se ha mermado. Estamos en un momento de sarampión en el uso de las pantallas. Dentro de 20 o 30 años miraremos lo que hicimos con los móviles, de la misma manera que hoy miramos cómo era nuestra relación con el tabaco hace 40 años, cuando un médico podía operar en un quirófano con un cigarro en la boca, o un profesor mientras daba clases, o un conductor de autobús. Tú tienes un hijo pequeño, ¿le comprarías un Ferrari cuando cumpla nueve años? Darle un móvil es lo mismo o peor, es darle acceso fácil al porno más duro que te puedas imaginar.

¿La dependencia de las pantallas debe abordarse desde la educación o es ya un problema de salud mental?

Mi perspectiva es política, en el más amplio sentido de la palabra: política educativa y tecnológica. Claro que es un problema de salud mental, pero ahí yo no soy un experto. En el libro sí hablo de la llamada generación ansiosa, de Jonathan Haidt. ¿Recuerdas el día del apagón? Muchos jóvenes de 12 o 15 años sufrieron un ataque de ansiedad porque se quedaron sin móvil toda una tarde.

Usted apela a la “renuncia voluntaria a la privacidad”. ¿Cree que esto tiene que ver con la soledad o con una especie de ansia de popularidad?

Creo que la renuncia a la privacidad es adictiva, muy adictiva. Sí, en efecto, hoy hay mucha gente que prefiere llevar una vida de relaciones blandas delante de una pantalla que soportar una realidad donde eres víctima de bullying en el colegio, por ejemplo, o simplemente que eres un chico de 16 años, crees que no le gustas a las chicas y prefieres mirarlas en tu móvil. Mira, hace poco META ha metido la inteligencia artificial en WhatsApp. En WhatsApp tú ya puedes consultar hasta tus relaciones amorosas, preguntarle cómo vas con tu pareja. Eso no es el mundo real, si te proteges detrás de una pantalla, empiezas a llevar una vida más débil y blanda.

Se renuncia a la privacidad a cambio de una oferta ilimitada de cosas...

¡De un mundo! Nos ofrecen tantas cosas que somos capaces de aceptar lo inimaginable con tal de seguir pudiendo utilizar determinadas redes, pantallas y plataformas. Yo puedo decirte oye, yo uso Google Maps para conducir y no quiero renunciar a él a sabiendas de que va a saber dónde estoy a todas horas. O puedo tener una nevera domotizada que, al ver que voy cuatro veces al baño porque tengo 58 tacos, me diga que tengo problemas de próstata, avise al centro de salud, me hagan una prueba y me detecten algo a tiempo. Yo le voy a dar un abrazo a mi nevera. Pero, ¿y si gracias a esa monitorización de todas nuestras actividades, lo que hace es avisar a una compañía de seguros?

¿Este debate no es el mismo que surgió hace 80 años con el nacimiento de la televisión?

Sí, cada generación tiene sus retos tecnológicos, pero hay un salto de escala importante. Siempre ha habido bulos, pero hoy son millones y millones en tiempo real, y millones de canales infinitos. La proporción ha cambiado de forma abrupta y el salto las redes masivas hace que cualquier problema que tengas con las pantallas sea un problema exponencialmente global, que de pronto atañe a la humanidad. Hablamos de un problema de desconcentración que afecta igual al niño que vive en Jaén, en Hamburgo y en Beijing, que pasan seis horas al día viendo vídeos de diez segundos.

Esta denuncia a los oligarcas tecnológicos es muy similar a la que denunció Pedro Sánchez. ¿Cree que el presidente ha leído su libro?

No, pero entiende que haya mucha gente preocupada por lo que está pasando. En el libro hablo de un estudio reciente de una universidad australiana que sostiene, con datos, que los algoritmos de recomendación de X durante la campaña de las elecciones norteamericanas de 2024 recomendaban de forma acusada contenidos favorables a Trump y contrarios a su rival, Kamala Harris. Por tanto, X no fue neutral, y es una red que cada mañana miran más de 100 millones de estadounidenses. Si pones una red social al servicio de un candidato, estás cambiando las reglas del juego democrático. Esto merece objeto de atención, porque hoy las redes sociales ponen y quitan presidentes. Nos convierten en zombis de banda ancha.

En España, hay dirigentes políticos que denuncian esta situación de la que hablas en el libro pero, ¿cree que a la vez se aprovechan de ella? ¿Cree que hay partidos y dirigentes que usan los bulos para derribar al rival?

Rotundamente sí. Y el que te diga lo contrario cree que Heidi es un personaje real o está mintiendo. Claro que los políticos utilizan bulos, sobre todo la consultoría política más profesionalizada y las direcciones de organización de los grandes partidos políticos saben que se está jugando muy sucio en todas las campañas, por la sencilla razón de que funciona, porque ahí entramos también en la responsabilidad ciudadana. Los partidos no renuncian a difundir sus bulos porque se ganan elecciones con bulos. Es que hoy en día la distribución de un bulo te puede ayudar a ganar unas elecciones y eso es una realidad objetiva.

¿Los mismos que denuncian el juego sucio en redes sociales?

Yo no quiero nombrar a ninguno. Lo que digo es que la distribución de bulos, de patrañas, de infamias y de mentiras no es privativo de unos o de otros, y que se están utilizando, y que incluso, por ejemplo, son el nutriente de lo que ahora se llaman las campañas de negación. No voy a dar nombres, pero hay profesionales muy afamados en este país que incluso están cambiando de partido en función de quien le ofrezca mejores condiciones de trabajo, que son expertos en campañas de negación, que es una manera muy fina de hablar de campañas donde tú puedes utilizar bulos, falsedades y mentiras.

¿Cómo se regula esto? Y, sobre todo, ¿quién lo regula? ¿Debe haber autoregulación de los medios de comunicación?

Ahí creo que los medios de comunicación son víctimas también de todo lo que hemos vivido y no me quiero poner corporativo, pero es que yo defiendo mucho el papel de los medios de comunicación porque, en general (hay de todo), un medio se dedica a verificar los contenidos que publican y no a mentir ni a difamar. Un medio que se precio procura acercarse siempre a la verdad y ser honesto. El que publica contenido en una red social no tiene los mismos criterios de verificación, los mismos criterios estandarizados de difusión de las noticias que tiene un medio de comunicación. Pero es que un partido político tampoco utiliza criterios de verificación y le da exactamente igual que lo que diga sea verdad o mentira. Hoy lo importante en el negocio de la comunicación política, lo que importa no es la verdad. Lo que importa son las percepciones que eres capaz de transmitir a la opinión pública. Y eso al final nos lleva por una deriva antidemocrática que me preocupa.

¿Cree que entre las funciones de un medio de comunicación hoy está el invertir recursos y personal a desmentir bulos que están circulando masivamente por las redes sociales?

Su función es contar historias. He reflexionado mucho sobre esto, creo que sí tienes que desmentir bulos, tienes que compatirlo pero, ¿cuál es el problema?

No es fácil desmentir un bulo que tiene 500.000 visitas.

Exactamente. Primero, es muy difícil desmentir un bulo porque mucha gente quiere creer los bulos, porque las cámaras de eco funcionan. Si el bulo es favorable a tus intereses políticos, tú eres capaz de compartirlo en un grupo de WhatsApp aún a sabiendas de que es un bulo y eso importa. Lo hace la gente, pero también los partidos políticos difunden bulos a sabiendas de que lo son. Y segundo, también muy importante, los medios tienen que dedicar y concentrar todas sus energías en hacer el mejor periodismo posible. Porque como te metas a desmentir bulos uno tras otro, no tienes tiempo de hacer periodismo. Para eso ya están las empresas de verificación, como Maldita. El modelo de negocio de los medios se basa en la confianza de tus potenciales lectores, que te va a permitir armar un modelo sostenible capaz de comprometer a las personas en el pago de contenidos de calidad. Esa debe seguir siendo la obsesión del periodismo, esa y fiscalizar a los poderes públicos.

¿El debate sobre el papel de la comunicación social ha metido en el mismo saco a los medios con las redes?

Yo defiendo mucho el papel de los medios. No participo de este aquelarre propio de la crisis de representatividad, que si todos los políticos son iguales, los sindicatos son unos chorizos, los empresarios se dedican a robar, los periódicos mienten. Mucho cuidado con estas apelaciones y estas enmiendas a la totalidad del sistema, porque detrás esconden siempre pulsiones populistas que nos llevan a regímenes totalitarios.

En el libro hablas del riesgo de que los medios de comunicación dependan de las empresas tecnológicas, defiendes que dependan de los ciudadanos, pero también aquí existe el riesgo en el sesgo de confirmación. No todos los ciudadanos pagan por leer algo que contradiga o comprometa sus creencias...

Eso pasa muchísimo. Ese es uno de los grandes desafíos de los medios de comunicación, primero crear una comunidad de lectores convencida de la importancia del periodismo para la democracia. Pero además a los medios le hace falta un poco más de marketing, de explicar, sin tanta pomposidad, que sí, que sin periodismo no hay democracia. Que entiendan que si queremos tener un ecosistema más sano, una sociedad que se precie, no solo de ser democracia en apariencia, sino ser una democracia real y efectiva, hay que comprometerse con medios capaces de discutir tu propia verdad, desafiar intelectualmente tu criterio.

El último capítulo del libro habla de una suerte de esclavismo moderno que nace de esos trabajos asociados al universo tecnológico...

Yo hablo del esclavismo cool. Te pongo un ejemplo: un tipo en su casa usa una plataforma digital para que, a las dos de la mañana, un chico en una bicicleta le traiga un cruasán. Y digo, ¡qué guay! Esa noche hay una borrasca y el tipo viene en medio de la lluvia con tu maldito cruasán. Un autónomo, un emprendedor, lo llaman, economía colaborativa. No, mire usted, esa persona está explotada laboralmente y tú y tu cruasán participáis de su explotación. Eso es esclavismo postmoderno. ¿Te has preguntado alguna vez por qué no hay sindicatos en Amazon, en Google o en Meta? ¿O es que acaso vale con ponerles una mesa de ping pong para que jueguen en el descanso de una jornada de 18 horas diarias?

De ese esclavismo participamos todos, ¿no? Votantes de derechas y de izquierdas...

Ahí se produce una situación muy paradójica. Te puedes encontrar al típico votante mega progre que es capaz de pedirle un croissant a las 04:00 de la mañana a un chico que viene en una bicicleta. Y por supuesto, no le preguntes si él considera si se ha preguntado alguna vez si ese chico que le trae eso tiene derechos laborales, si le pagan por encima del salario mínimo o si es que resulta que no tiene ni contrato. Bueno, son las paradojas de la sociedad moderna. En España, el Gobierno ha impulsado la ley de los riders, entre otras cosas, porque existía una plataforma que era salvaje con los derechos de sus trabajadores.

Etiquetas
stats
OSZAR »