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Análisis

Netanyahu, el hombre que susurra a Trump: cuál es el verdadero objetivo de Israel en Irán

Imagen del edificio de la televisión pública iraní atacado por Israel.
19 de junio de 2025 22:05 h

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Una vez más, Oriente Medio se encuentra al borde del abismo. Israel lanzó su primera oleada de ataques contra las principales centrales nucleares iraníes el pasado viernes 13 y, desde entonces, se han multiplicado los asesinatos de altos miembros de la Guardia Revolucionaria y del Ejército con el propósito de descabezar la cúpula militar iraní. El modus operandi empleado hasta el momento nos recuerda al utilizado en los últimos veinte meses para descabezar a Hamás y Hizbulá, con la única salvedad de que Irán no es una organización paramilitar, sino un país con 90 millones de habitantes que, además, atesora las terceras mayores reservas de petróleo del mundo.

Desde los ataques del 7 de octubre de 2023, Netanyahu está intentando redibujar las fronteras regionales por medio de la creación de un Nuevo Oriente Medio bajo su absoluta hegemonía.

El gran escollo en su camino es el régimen iraní. En los últimos veinte meses ha golpeado, uno tras otro, a los diferentes eslabones del denominado 'Eje de la Resistencia', incluidos el Hizbulá iraní y el Hamás palestino. La caída de Bashar Al Asad en Siria no hubiera sido posible sin los sistemáticos ataques israelíes contra los efectivos de la Guardia Revolucionaria en territorio sirio. Una vez que Irán ha perdido todos sus instrumentos de disuasión para mantener a distancia a su tradicional enemigo, Netanyahu no está dispuesto a desaprovechar la oportunidad que ahora se le presenta.

El régimen iraní se encuentra en una manifiesta situación de debilidad. El aislamiento internacional de Irán ha quedado todavía más patente después de que los líderes del G7 dejaran claro, una vez más, su respaldo incondicional a Israel y hayan reconocido su derecho a defenderse, pasando por alto que es Israel quien ha iniciado las hostilidades en una flagrante violación del Derecho Internacional.

El canciller alemán ha llegado a declarar: “Solo puedo expresar respeto por el Ejército israelí”, ya que “Israel está haciendo el trabajo sucio por nosotros”. Se refiere al mismo ejército que ha asesinado a más de 55.000 palestinos en la Franja de Gaza, lo que ha llevado a que Israel sea investigado por genocidio por la Corte Internacional de Justicia y se hayan dictado órdenes de arresto contra Netanyahu por crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Las opciones del régimen iraní son bastante limitadas. Las posibilidades de volver a la mesa de negociaciones son prácticamente nulas, dado que todo parece indicar que Israel ha conseguido arrastrar a Estados Unidos hacia una confrontación total con Irán. En el caso de que ataque las bases militares estadounidenses en el Golfo, Irán se arriesgaría a suscitar la ira de Donald Trump, quien podría autorizar el empleo de las temidas bombas GBU-57/B, con capacidad para atravesar búnkeres bajo tierra, para atacar la central nuclear de Fordo. En juego no solo está la destrucción completa del programa nuclear iraní, sino también la propia supervivencia del ayatolá Ali Jamenei y su régimen teocrático.

Con su intervención en Irán, Netanyahu intenta sortear el creciente malestar de algunos países occidentales que, como Francia, amenazan con reconocer simbólicamente al Estado de Palestina o reclaman la revisión de los Acuerdos de Asociación entre la Unión Europea e Israel. También gana tiempo para proseguir con la limpieza étnica de la Franja de Gaza y acelerar los preparativos para la anexión de Cisjordania.

El argumentario esgrimido por Benjamin Netanyahu para tratar de justificar sus ataques es por todos conocido: el programa nuclear iraní representa una amenaza existencial para Israel. Nada nuevo bajo el sol, porque es el mismo mantra que lleva repitiendo desde hace años con la intención de arrastrar a Estados Unidos a un choque frontal con Irán, algo que no ha suscitado excesivo entusiasmo entre los últimos inquilinos de la Casa Blanca después de las desastrosas intervenciones en Afganistán e Irak.

En 2012, Netanyahu ya advirtió a la Asamblea General de la ONU de que el régimen iraní estaba “a meses, si no semanas” de lograr la bomba atómica. Trece años más tarde, no hay rastro de dicha bomba. Tulsi Gabbard, responsable de Inteligencia Nacional estadounidense, afirmaba el pasado 25 de marzo ante el Parlamento que “Irán no está construyendo un arma nuclear” y que “el líder supremo Ali Jamenei no ha autorizado el programa de armas nucleares que suspendió en 2003”.

Estas declaraciones han irritado profundamente al presidente Trump, que parece haberse contagiado del ardor guerrero de Netanyahu y ha lanzado un ultimátum al liderazgo iraní para que se “rinda de manera incondicional”. “Sabemos dónde se esconde el autodenominado líder supremo: es un objetivo fácil, pero no vamos a eliminarlo (matarlo), al menos por el momento”.

El presidente norteamericano ha hecho suyas las exigencias del propio Netanyahu y ha hecho propios sus logros militares: “Tenemos el control completo de los cielos en Irán” y “todo el mundo debe evacuar inmediatamente Teherán”. No está de más recordar que en la capital iraní viven tantas personas como en Nueva York: casi 10 millones, exactamente la misma población que en el conjunto de Israel, lo que hace dicha evacuación materialmente imposible.

La incógnita que queda por despejar es qué ha hecho cambiar de opinión a Trump, quien hasta ahora parecía apostar por la vía diplomática para evitar que Irán siguiera enriqueciendo uranio, y si se trata de una mera estrategia negociadora para torcer el brazo del régimen iraní. En el seno de la Administración estadounidense se está librando una lucha sin cuartel entre los sectores aislacionistas, que piensan que el presidente debería concentrarse en la agenda doméstica, y los sectores belicistas, partidarios de reafirmar la hegemonía estadounidense a escala global con una nueva guerra en Oriente Medio.

Entre los máximos defensores de este último campo se encuentra Mike Huckabee, reverendo evangelista y político republicano elegido como embajador en Israel, quien considera que Trump es un elegido por Dios para restaurar el Gran Israel y acelerar la llegada del Mesías. En un reciente mensaje en sus redes sociales le aconsejó: “Creo que oirá una voz del cielo, Su voz, y esa voz será más importante que ninguna otra. Usted no buscaba este momento, pero el momento le buscó a usted”, llegando a compararle con Harry Truman, quien ordenó lanzar bombas nucleares sobre Nagasaki e Hiroshima provocando la muerte de 250.000 civiles.

La última vez que un presidente americano se dejó guiar por la voz de Dios fue cuando George W. Bush ordenó la invasión de Irak en 2003. En aquel momento también se recurrió a una campaña mediática para convencer a la comunidad internacional de que el presidente de ese país, Sadam Hussein, atesoraba armas de destrucción masiva y representaba una amenaza para la seguridad mundial.

El derrocamiento del sátrapa iraquí se vendió como la solución mágica para resolver los problemas endémicos de la región y la condición indispensable para democratizar Oriente Medio. Todos sabemos cómo acabó aquella aventura militar: la devastación de Irak y más de un millón de muertos, lo que creó el caldo de cultivo para la irrupción del denominado Estado Islámico y una devastadora guerra sectaria.

En las últimas horas, el bando belicista parece haberse impuesto en Washington. Una buena parte de la culpa la tienen los exitosos ataques israelíes contra la cadena de mando iraní, que han descabezado a la cúpula militar iraní.

Está por ver si Irán es un tigre de papel, como creen Netanyahu y Trump, o, por el contrario, todavía conserva la capacidad para incendiar Oriente Medio. Entre el amplio abanico de posibilidades en manos de Teherán estaría golpear las bases militares estadounidenses situadas en las petromonarquías del Golfo o interrumpir la libre navegación por el estrecho de Ormuz, la única vía de salida para la quinta parte de la producción mundial de petróleo, lo que podría desencadenar una crisis energética y obligar a la comunidad internacional a involucrarse, de una vez por todas, para promover una solución negociada no solo al programa nuclear de Irán, sino también para detener el genocidio de Gaza.

Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid y coeditor del libro 'La península arábiga e Irán ante la cuestión palestina' (Ediciones de la Universidad de Granada, 2025)

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