Marisol, muerte en un coche en llamas junto a su maltratador sin que las órdenes de protección hicieran nada por salvarla

Campo Lameiro es un municipio pontevedrés que no llega a los dos mil habitantes, conocido sobre todo por los petroglifos de su parque arqueológico. Un lugar donde no pasan cosas como esta. En la mañana del sábado 31 de mayo, cuando trascendió que unos senderistas habían encontrado dos cuerpos y un vehículo calcinado en una pista forestal sin salida, el imaginario colectivo tiró de tópicos. En un primer momento, se pensó en un ajuste de cuentas entre bandas de narcotraficantes —no en vano, la costa arousana está a muy pocos kilómetros— pero esa versión se descartó tan pronto como los primeros indicios apuntaron a las identidades de los fallecidos, identidades que, a la espera de los resultados de ADN, están confirmadas “al 99%”: Marisol y Ramón. Ella, viuda y madre de cinco hijos. Él, maltratador con antecedentes, estaba a punto de entrar de nuevo en prisión por una brutal paliza a su actual pareja. Ya no llegará a hacerlo. El asesinato machista se imponía en cuestión de horas como principal hipótesis de la investigación.
La pareja se daba por desaparecida desde el jueves, 29 de mayo, cuando él dejó de acudir a su trabajo. Marisol, de 49 años, estaba dentro del sistema Viogén con riesgo alto. Ramón había sido condenado en 2019 a dos penas de 21 y 10 meses como autor de un delito de maltrato habitual contra su anterior pareja, pero nunca llegó a cumplirlos. Hace poco más de dos meses, el pasado 19 de marzo, la Audiencia Provincial de Pontevedra desestimaba el recurso de Ramón y confirmaba una nueva condena de once meses de cárcel, así como la prohibición de acercarse a Marisol durante dos años, por una agresión de noviembre de 2021. La narración de los hechos probados, iniciados en un lavado de coches del municipio vecino de Cuntis —donde vivían entonces—, pone los pelos de punta.
La sentencia confirma que Ramón agarró a Marisol y la empujó contra la pared del autolavado. Después, le pegó en la cara con la manguera que estaba usando, la mojó varias veces y trató de pegarle de nuevo, algo que ella evitó tapando la cabeza con las manos. La paliza continuó en el domicilio. El hombre golpeó a la pareja por todo el cuerpo, provocándole fracturas y policontusiones que la tuvieron un mes de baja. La llegada de la Guardia Civil, alertada por un vecino, fue lo único que pudo frenarlo. Marisol no quiso interponer denuncia. Al día siguiente, el juzgado de Caldas de Reis acordó una orden de protección. Sin embargo, ambos siguieron conviviendo, aunque volvieron a cambiar de domicilio.
Antes, durante un tiempo, vivieron en una casa de la familia de Marisol. Su padre aseguró en la Cadena SER de Pontevedra que los echó de ella porque Ramón “no era un buen compañero”. Él se hizo cargo de los cinco nietos, pero de sus palabras no se desprende, ni siquiera a título póstumo, un mínimo de piedad hacia su hija: “Se lo buscó”.
Una noche en el calabozo una semana antes de morir
En los últimos tiempos, mientras Ramón contaba los días para su ingreso en prisión, malvivían en otro municipio de la comarca, Moraña, de donde él era natural. Habitaban una infravivienda de bloques, aunque entre los vecinos corría el rumor de que, en realidad, dormían el mismo coche en el que los encontraron. El cuerpo de Marisol, carbonizado hasta los huesos, estaba dentro. La autopsia desvelará si estaba muerta antes del incendio. El de Ramón, fuera, menos afectado por las llamas. Como si hubiese provocado el incendio y este —que calcinó varios metros de matorral a su alrededor— también lo hubiese atrapado. Pero todo esto siguen siendo hipótesis. Y en la Subdelegación de Gobierno en Pontevedra el mutismo es absoluto hasta que existan conclusiones.
Para los vecinos de Moraña, Campo Lameiro o Caldas, la confirmación oficial es un mero formalismo. A pie de calle se dan por supuestas las identidades de los fallecidos y nadie parece entender cómo no fue posible evitar un final que parecía cantado y que ya pudo haber llegado aquella noche de noviembre de 2021 en Cuntis.
Pero todavía hay un capítulo más de esta historia que parece confirmar la fatalidad. La desvelaba este martes La Voz de Galicia. Sucedió en Bóveda (Lugo), a más de 130 kilómetros de su casa, el pasado 19 de mayo. La Guardia Civil los interceptó en otra pista forestal poco transitada. El coche de Ramón se estaba buscando por su relación con la supuesta desaparición de Marisol. Una patrulla lo identificó por el número de matrícula y, aunque les dieron el alto, el vehículo consiguió escapar. Necesitaron refuerzos para interceptarlo. Aquella noche, él durmió en los calabozos y ella, en un hostal. “Estaba muda, en mal estado y parecía sumisa a él”, cita el periódico.
Al día siguiente, Ramón declaró en el Juzgado de Monforte. Lo dejaron en libertad y, aunque la orden de protección seguía en vigor, ambos se marcharon juntos. Una semana después, ya en Campo Lameiro, volvieron a cruzarse con una patrulla del instituto armado. No viajaban en el coche que encendió las alarmas en Monforte. Ese aún está, tapado bajo una lona, aparcado frente a la última vivienda de la pareja. Por eso los agentes no se percataron de su identidad. Ramón evitó a los agentes conduciendo por una pista sin salida, la misma en la que dos hermanos que paseaban por el monte encontrarían el macabro desenlace cuatro días más tarde.
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