Los cinco errores más comunes que cometemos al cuidar nuestras plantas cuando hace calor

Cuando sube la temperatura, nuestras plantas lo sienten tanto o más que nosotros. Y aunque muchas veces creemos estar ayudando —regándolas más de la cuenta, por ejemplo—, pequeños errores pueden convertirse en grandes amenazas en época de calor.
Aquí te contamos los descuidos más frecuentes al cuidar tus plantas en verano y cómo evitarlos para que sigan verdes, sanas y felices.
1. Cerrar las ventanas todo el día (por el aire acondicionado)
Cuando hace calor, lo primero que muchos hacemos es cerrar todo y poner el aire a tope. Pero lo que a nosotros nos refresca, a nuestras plantas puede asfixiarlas. Sin ventilación, el aire se vuelve seco, cargado y estático: justo lo que más detestan muchas plantas de interior, especialmente las tropicales. Lo que empieza como un ambiente cómodo para ti puede acabar en hojas deshidratadas, bordes secos y una fiesta para plagas como los ácaros.
Un ficus puede empezar a soltar hojas sin previo aviso, o una calatea mostrar manchas en las puntas aunque la estés regando bien. Por eso, en verano, más que frescor, lo que ellas buscan es respirar. Abre las ventanas temprano o al atardecer, evita las corrientes directas del aire acondicionado y regálales un poco de movimiento. Les va la brisa, no el encierro.
2. Exceso de riego por miedo al calor
Cuando llegan los días más calurosos, nos entra el pánico pensando que la planta se va a secar de repente. Es entonces, sin pensarlo mucho, cuando duplicamos la frecuencia de riego sin ton ni son. Pero ese exceso, lejos de ayudar, puede terminar por ahogar las raíces, sobre todo en plantas que ya de por sí tienen un ritmo lento de absorción o están en macetas con drenaje deficiente. El agua estancada, junto al calor, es la combinación perfecta para que proliferen hongos o se pudran las raíces.

Piensa en el riego como una conversación: no se trata de hablar por hablar, sino de escuchar también. Antes de coger la regadera, toca la tierra. Ojo: frecuencia no es lo mismo que cantidad. Regar un poco más está bien, pero hacerlo cada día es muy distinto. Si cambias la frecuencia, el sustrato pierde su capacidad de airearse, y ahí comienzan los problemas. Si está húmedo, no insistas. Si está seco a uno o dos centímetros de profundidad, entonces sí: es momento de regar. Esta simple costumbre puede marcar la diferencia. Además, si agrupas plantas con necesidades similares, podrás atenderlas con más precisión, sin errores por exceso o por defecto.
3. Cuando calor y humedad se alían contra tus plantas
Si hay algo que el verano consigue es juntar condiciones en las que algunas plantas pueden vivir una verdadera pesadilla. Uno de los dúos más problemáticos es el del calor intenso con la humedad estancada. Esta mezcla, aparentemente inofensiva, puede jugar en contra si no hay ventilación adecuada o si realizamos alguna poda de verano.
La humedad acumulada junto con la temperatura elevada es el caldo de cultivo perfecto si los hongos deciden hacer acto de presencia. En ese microclima cerrado y saturado, basta una pequeña herida en una hoja o un exceso de riego para que empiecen a aparecer manchas, mohos o podredumbres que avanzan rápido si no se detectan a tiempo.
¿La solución? Si quieres olvidarte de fungicidas y optar por algo más sostenible, mantén a tus plantas bien aireadas, libres de hojas secas donde puedan acumularse esporas y en espacios con circulación de aire. Les sentará como brisa fresca en un día de calor sofocante.
4. No adaptar la exposición solar
Muchas veces compramos una planta en un vivero, la vemos lozana, con hojas impecables, y pensamos: “Aquí va a estar perfecta con todo este sol”. Pero lo que no siempre recordamos es que en el vivero estaba protegida bajo mallas de sombra, con humedad constante y un entorno muy controlado. Pasarla de golpe a un balcón abrasador o una terraza a pleno sol, sin transición, es como llevar a alguien de clima templado directo al desierto sin sombrero.

Esa falta de adaptación puede hacer que la planta, literalmente, se queme. Las hojas nuevas no están preparadas para esa intensidad lumínica, y las raíces tampoco están listas para evaporar tanta agua tan rápido. La planta entra en shock: pierde vigor, se arrugan las hojas, aparecen manchas y parece que ha enfermado de un día para otro… pero en realidad está reaccionando al cambio brusco.
Si ves hojas amarillas, bordes chamuscados o un cambio en la textura, prueba a mover la planta un metro más atrás, o colócala tras una cortina ligera. A veces, con un pequeño cambio de ángulo, ya basta. Incluso los cactus no adaptados pueden agradecer algo de sombra si el sol les cae a plomo sin tregua.
5. Echar fertilizante a lo loco
En Internet es fácil encontrar listas interminables de consejos que nos empujan a abonar más y más, especialmente en primavera y verano. Y claro, con la mejor intención, muchos nos lanzamos de golpe a darle nutrientes extra a nuestras plantas, como si todas estuvieran en plena carrera de crecimiento. Pero no todas lo necesitan y, desde luego, no al mismo ritmo.
En verano, muchas plantas reducen su actividad para concentrar su energía en resistir el calor, no en crecer sin parar. Abonar sin criterio en esta etapa puede alterar ese equilibrio delicado. Un exceso de fertilizante puede saturar el sustrato, alterar su pH y provocar daños en las raíces, que empiezan a mostrar síntomas de estrés: hojas que se arrugan, bordes quemados o un aspecto decaído sin explicación clara. El abono, en lugar de ayudar, puede convertirse en un factor de agresión si no se aplica con mesura y según el tipo de planta y su momento vital.
Lo mejor es informarse un poco y observar: los frutales, por ejemplo, sí agradecen un abonado más generoso, sobre todo si están en plena producción. Pero una planta verde de interior, como una sansevieria o un poto, que apenas crece en verano, probablemente solo necesite una dosis diluida, o incluso nada. Es cuestión de equilibrio. Ni todo el año es primavera, ni todas las plantas piden lo mismo.
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