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Alegato gazatí

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No sin cierto rubor leo la carta dirigida al diario Libération por más de 700 escritores franceses, ingleses e irlandeses en la que expresan su total rechazo al genocidio cometido en Gaza. Mi rubor no se debe a los hechos denunciados en la misiva sino a la inacción y tardanza de Europa ante los horrores de una contienda bélica transformada en campaña de limpieza étnica sin precedentes en el siglo XXI. Un nuevo Kosovo u otra Sarajevo estarán pensando los dirigentes europeos que hasta ahora no se han atrevido a alzar la voz mientras asisten cariacontecidos a la masacre perpetrada por el gobierno ultranacionalista de Netanyahu. Conforme pasan los días y la ayuda humanitaria sigue sin llegar - o llegando con cuentagotas- a los hambrientos gazatíes se les hace cada vez más evidente que el ataque terrorista del 7 de octubre no fue más que la baza de legitimación moral esgrimida por el gobierno Netanyahu para iniciar una guerra cuyo objetivo último no era erradicar al grupo terrorista Hamás sino completar el proyecto mesiánico de la remozada ideología sionista que basa sus aspiraciones anexionistas en la recuperación de los territorios palestinos. Y quien dice recuperación dice destrucción total de la franja de Gaza por medio de una campaña de limpieza étnica consumada gracias al silencio de una comunidad internacional amordazada por un discurso dominante que demoniza y censura sistemáticamente cualquier embate a favor de Palestina o a favor de los derechos humanos continuamente vapuleados por el ejército israelí. En este sentido toda muestra de simpatía hacia Palestina, el pueblo palestino o Gaza es inmediatamente reprimida valiéndose del manido pretexto del antisemitismo. Pero de ningún modo se trata de antisemitismo sino de antisionismo. Disociemos los términos y no los confundamos porque eso es lo que pretenden Netanyahu y sus aliados ultranacionalistas. Al denunciar la deriva sionista del gobierno israelí no se incita al odio ni se alimenta el discurso antisemita. Lo que se hace es denunciar una situación de facto en la que, desde las altas estancias gubernamentales, se preconiza la destrucción de Gaza en nombre del pueblo de Israel. Un discurso que, por otro lado, adhiere a una ideología xenófoba – por cuanto todo palestino es enemigo de Israel, incluidos niños, mujeres y ancianos- que reviste la forma de un extremismo cada vez más radicalizado y peligroso para los intereses del Medio Oriente. ¿Quién nos asegura que después de haber convertido Gaza en un montón de escombros Israel no lanzará una ofensiva bélica contra Líbano, Siria, Yemen e incluso Jordania y Egipto? En su cometido mesiánico todo resulta posible para el gobierno ultranacionalista de Netanyahu. Basta escuchar las palabras cargadas de odio y prepotencia que irrigan los discursos de Itama Ben Gvir (ministro de Seguridad Nacional) y Bezalel Smotrich (ministro de Finanzas). En sus intervenciones públicas ambos, desde la matriz ideológica del sionismo, arremeten contra los enemigos palestinos dejando claro que la primera piedra del proyecto sionista pasa por borrar a Palestina del mapa.

Tales son las desmesuradas proporciones que ha cobrado el sionismo entre los miembros de la Knéset - arrinconados por el gobierno de coalición de Netanyahu- que el historiador Amos Goldberg, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y una de las figuras académicas más reconocidas en el ámbito de los estudios de la Shoah, ha reconocido sin ambages el genocidio perpetrado en Gaza. La voz de Amos Goldberg no es la única que se alza contra la política antipalestina del gobierno israelí. El pasado 28 de mayo el denominado Black Flag Action Group formado por más de 3000 intelectuales israelíes emitió un comunicado conjunto en el que reclamaba el cese de las hostilidades y el respeto de un alto el fuego que a punto estuvo de fracturar hace unos meses a la coalición del gobierno israelí. A las críticas internas se suman también las críticas internacionales, especialmente de Francia, Irlanda, Canadá, España y Sudáfrica. Ante estas críticas se puede entender que la situación está cambiando y que el efecto Trump – cuya accesión a la Casa Blanca supuso un gran espaldarazo para Netanyahu- se diluye lentamente frente a la ola de indignación que recorre el mundo y ante la cual ni amenazas de deportación ni censura ni discursos dominantes serán suficientes para contener durante mucho más tiempo.

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