En La Manga se sigue construyendo en parajes naturales y nada puede impedirlo: “Es una salvajada, pero es legal”

En La Manga del Mar Menor el tiempo no pasa. El ayer de hace más de 50 años y el presente de hoy confluyen, porque las construcciones más antiguas, ya gastadas por la humedad y el uso, se rozan con el hormigón armado de las que se están levantando. Las restricciones urbanísticas que antes brillaban por su ausencia, ahora lo siguen haciendo.
Carlos Díaz, que compró hace dos décadas un piso en el kilómetro 13, pasado ese puente que se abre por la mitad cada dos horas para dejar paso a los barcos, pasea por una calle tranquila que va a parar al faro del Estacio. El lento cataclismo al que ha ido sucumbiendo la restinga, colmatada de edificios hasta el límite, sigue sucediendo incluso en los lugares más impensables.
A la izquierda de Díaz, antes de llegar al faro, un risco de roca y vegetación autóctona golpeado por el mar. A la derecha, un grupo de casonas de la última época del franquismo. Pero él mira hacia delante, hacia el faro, o más bien lo intenta, porque ya no se puede ver tan fácilmente: la vista la acapara la obra de un chalet demasiado alto. “Aquí parece que uno puede poner y hacer todo lo que quiera. Una casa de tres o cuatro pisos, una piscina, un aparcamiento privado, un jardín. No hay impedimentos. Es como si no llegaran las leyes”, dice.
Es el mismo dilema y la misma impotencia inútil que han vivido muchos vecinos de La Manga en los últimos tiempos. El faro del Estacio, comenta Díaz, es uno de los pocos puntos de toda la lengua de arena en que el espacio natural y el paisaje son los protagonistas. A simple vista, la superficie donde los obreros trabajan para levantar el chalet parece el típico terreno rocoso y marítimo. Pero resulta que también es un suelo urbano consolidado desde que, hace décadas, el empresario Tomás Maestre decidió vender la restinga por parcelas a promotores.
La casa mide 11 metros de altura. Tiene una extraña forma triangular y unas ventanas redondas como de submarino. El propietario ha adquirido cuatro fincas urbanas y las ha juntado todas. Albergará en ellas una amplia zona ajardinada y una piscina con la forma de la letra ‘L’. Las personas que se bañen en ella tendrán la sensación de poder tocar el agua del Mediterráneo con las manos.

El proyecto se ha quedado a tan solo diez centímetros del mojón de servidumbre plantado por Costas, y a muy escasa distancia de las ruinas de la torre de San Miguel, declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) en 2015, y de la zona de protección del propio faro. “En este punto”, señala Carlos Díaz, “ya se permitió de todo hace más de 40 años”. La fachada trasera de las casonas de época franquista la baña a cada segundo el movimiento de las olas. “Pero parece que hoy en día, con todo lo que hemos avanzado, y con lo que ha avanzado la ley, en La Manga es todo lo contrario. Aquí vamos para atrás, y nadie entiende el por qué. Supongo que será por dinero”.
“La de La Manga es una lucha que se perdió hace décadas”
El ya popularmente conocido como ‘el chalet del faro’ ha puesto de manifiesto una cruda realidad: en La Manga ninguna construcción puede evitarse, porque todo lo que uno ve y pisa y mira es suelo urbano con los permisos legales para edificar, lo mismo la primera línea de una playa del Mar Menor que un bosque de pino mediterráneo o una duna de origen volcánico -como lo que fue en su día Monte Blanco, arrasada hace mucho-. Salvador García-Ayllón, director del Departamento de Ingeniería Minera y Civil de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT) y autor de una tesis doctoral muy pertinente al respecto, En los procesos de urbanización del Mediterráneo, caso La Manga, habla, sin tapujos, de una “trágica historia” que no parece tener fin.
Luis Chorques, presidente de la Asociación vecinal de Veneciola, la urbanización más al norte de la restinga, que está, en buena parte, surcada de canales y residencias de lujo, ha vivido de primera mano todo ese nuevo desarrollo urbanístico que se ha llevado por delante sus últimos parajes naturales. “A nadie le entra en la cabeza”, afirma, rotundo, en referencia al Estacio. “Es una salvajada, pero es legal. No podemos hacer nada. Y no es el único caso”.

No hay zona en La Manga que no esté sometida a un acoso eficiente que invade cada metro cuadrado. Los vecinos más cercanos se preguntan cómo es posible que el Ayuntamiento de San Javier -municipio que posee el control administrativo del cordón desde aproximadamente el kilómetro 3,5 hasta el último- haya concedido la licencia de obra para la casa del faro. Pero lo cierto es que sería ilegal que no la concediera. También hay otros ejemplos paradigmáticos, como el chalet de la Cala del Pino para el que se realizó un desmonte muy pronunciado a orillas del Mar Menor, o esas mansiones a pie de playa que se están erigiendo en Veneciola. “Es una lucha que se perdió hace décadas”, interpela García-Ayllón.
“El suelo urbano consolidado no tiene vuelta de hoja. Y toda La Manga lo es. Ese suelo tiene superados desde hace mucho todos los trámites burocráticos y urbanísticos, y solo falta que el promotor o el propietario reúna dinero, presente un proyecto y lo empiece. Así está diseñado el planteamiento. No hay margen para los ayuntamientos ni para ninguna administración. Una de las características más tristes de La Manga es que no tiene figuras de protección”, explica el investigador.
La ley de Costas, inservible en la restinga
Según García-Ayllón, uno de los muy pocos remedios que podrían parar la construcción en un pequeñísimo porcentaje de terreno de La Manga es que parte de una parcela se encuentre dentro de la línea de servidumbre marítima establecida por Costas. “En el caso del chalet del faro”, remarca, “el propietario ha apurado al máximo la obra a esa línea para que la casa quede lo más cerca posible del mar”. “Eso sería impensable en la actualidad, pero era lo habitual en planes generales antiguos. La restinga, a día de hoy, hay que entenderla con una mentalidad del pasado”.
La ley de Costas, aprobada en 1988, supuso algo de freno para el auge inmobiliario que estaba en aquel entonces rebosando el litoral mediterráneo. Pero esa misma ley encuentra una paradoja peculiar en La Manga. Explica García-Ayllón que, a pesar de que el texto de la norma precisa que no se puede construir a menos de 100 metros de distancia del Dominio Público Marítimo Terrestre delimitado por los mojones, en la franja costera dicha prohibición no sirve de nada, porque se aplica únicamente a suelos urbanizables que aún no tienen la condición de urbanos. De ahí sobresale una diferencia terminológica trascendental para entender el problema.

En La Manga apenas hay suelos urbanizables. Antes de 1988 ya eran todos urbanos. Los primeros “todavía tienen mucho papeleo por delante, y no podrían recibir los permisos si el terreno está dentro de ese margen de 100 metros, por lo que nunca obtendrían luz verde para construir cerca del mar”, relata el investigador de la UPCT. Los segundos lo tienen todo aprobado. “A los propietarios de esos suelos urbanos se les dio en su momento derecho a construir, y ese derecho no se puede revocar”, prosigue. Por esa razón el muro del chalet junto al faro casi rozará el mojón de Costas sin que importe la distancia ni la ley.
En la misma línea hacen hincapié fuentes consultadas del Ayuntamiento de San Javier: “La Manga está muy condicionada por los planes de desarrollo de Tomás Maestre y ahora es muy difícil cambiarlo”.
La expropiación, una alternativa inviable
En el horizonte desbordado de ladrillo de la restinga, la única vía que se perfila para los ayuntamientos de cara a impedir construcciones como la del faro es, apunta García-Ayllón, la de expropiar los terrenos. Algo de antemano inviable, sobre todo, por el elevadísimo coste económico que supondría.
El investigador comenta que, en los años 80, la administración murciana ya intentó recalificar las parcelas urbanas de La Manga con el objetivo de librarla un poco de la codicia de los promotores. Pero no fue posible. “Los tribunales dejaron claro que, si los poderes públicos querían recuperar los terrenos, lo único que podían hacer era expropiarlos. Hablamos de indemnizaciones millonarias por cada finca urbana”.

“Incluso aunque el Ayuntamiento aprobase un nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) no se podrían descatalogar los suelos urbanos, porque el dinero que habría que pagar para compensar a los propietarios sería inabarcable. Se podrían aducir cuestiones relacionadas con el paisaje o la pérdida de biodiversidad, pero los jueces nunca le darían la razón. El marco jurídico en España es muy garantista con la propiedad privada”, añade.
Las fuentes del Consistorio de San Javier demandan “un gran acuerdo entre las tres administraciones” y la ayuda de fondos europeos para tener la oportunidad, muy remota, de “subsanar a los promotores” y proteger “espacios verdes”.
Las obras no paran
Mientras tanto, y mientras todos los actores implicados conocen de sobra el desastre, aquella La Manga que un día fue un paraíso único en Europa sigue muriendo poco a poco. El grifo urbanístico no se va a cerrar. Dejado atrás el faro del Estacio, remontando la Gran Vía hacia Veneciola, las promociones de casas unifamiliares y edificios megalómanos saltan a la vista en cualquier costado. El norte de la restinga -porque en el sur, que pertenece a Cartagena, ya no cabe nada- es un vergel de solares con proyectos en marcha. La ciudad improvisada que acoge a casi 300.000 personas en verano se prepara para atraer a muchas más.

“El momento de regular La Manga pasó hace mucho. Ahora, en la mayoría de zonas, no podemos ver el mar ni por un lado ni por el otro”, dice García-Ayllón. Ese es precisamente uno de los eslóganes más repetidos en los carteles de nuevos bloques de pisos y de carísimos complejos turísticos. Miami Towers. Euromarina Towers. Entre dos mares. Between two seas. Vivienda exclusiva. Lujo superior.
El silencio de la carretera vacía -en verano será un atasco constante- es borrado rápidamente por el ruido de los martillos neumáticos, las hormigoneras y el movimiento de las grúas. “Si la restinga fuese ahora lo que fue en los años 60 se protegería como parque natural”, detalla el investigador. “Ya es demasiado tarde para todo”.
En el centro de Veneciola hay proyectadas dos torres futuristas de apartamentos. En primera línea de una de las últimas playas del Mar Menor, otro chalet, este recién terminado, recibe un lavado de cara final. El muro de cristal y de piedra invade por completo la arena. La terraza parece sobresalir por encima del mismo mar, como navegando sobre él.
“Lo que queda por construir en La Manga va a ser en espacios así de especiales y naturales. Todos serán conflictivos. Así fue escrito este lugar”, concluye Salvador García-Ayllón. Esa frase podría haberla dicho hace cinco décadas y habría contenido el mismo cariz, la misma alerta sobre un deterioro que nunca ha sido evitado.
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