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¿Por qué no nos votan? Populismo e infelicidad Byroniana

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En 1930, el filósofo Bertrand Russell, a menudo considerado una de las mentes más brillantes del siglo XX, escribió La conquista de la felicidad, libro en el que planteaba que, para las personas que no sufren grandes catástrofes o enfermedades, la “conquista” de la felicidad pasaba por evitar las causas de la infelicidad. Y entre éstas situaba a lo que denominaba “infelicidad byroniana”: la creencia de que, para las personas verdaderamente sabias, que saben lo mal que está el mundo, lo que nos acecha, y cómo a pesar de todo el esfuerzo que pongamos muchas cosas irán siempre muy mal, la única actitud intelectualmente coherente es la de un profundo pesimismo. Ya hace casi 100 años, Russell planteaba que esta actitud, que consideraba una creencia sin fundamentación lógica, era la dominante no sólo en los ámbitos intelectuales y académicos sino también en lo que hoy llamaríamos “el progrerío”. A base de denunciar todo lo que está mal en el mundo actual, a menudo determinadas corrientes tienden a dibujar un panorama tan sombrío del mundo que a veces le da a uno por pensar si la vida vale la pena, teniendo en cuenta todos los desastres que nos acechan.

¿Por qué las clases populares, que son las que más se beneficiarían de políticas “progresistas”, a menudo actúan en contra de lo que se solía llamar sus “intereses objetivos de clase” y votan a partidos que aplican políticas que les perjudican? ¿Por qué triunfan hoy tanto los populismos? Sobre estas cuestiones, que a menudo ocupan a muchos y muy sesudos intelectuales, se han escrito ríos de tinta. Primero se habló de la alienación, luego del papel de la industria cultural al servicio del establishment que torpedeaba toda política verdaderamente novedosa y más recientemente se ha hablado del papel que juegan las redes en la polarización. Pero, aunque hace ya algún tiempo que se habla del relato, quizá no se le presta la suficiente atención. ¿Qué relato nos ofrecen las distintas alternativas? Caricaturicemos un poco para hacer más evidentes los rasgos esenciales de cada relato.

Los populismos, por lo general, nos cuentan una historia heroica con final feliz: las cosas no están muy bien, porque los poderes malignos han creado un mundo en el que para la gente sencilla y honrada es cada vez más difícil, cuando no directamente imposible, vivir una vida buena. Además, se ha dado una inversión de lo que sería el orden social “natural”: aquel en el que, los “mejores” (los más sabios, cultos, comprometidos, piadosos, emprendedores, virtuosos o cualquier otra cosa que se considere una virtud) son mandados (y a menudo oprimidos) por los “peores” (los más ignorantes, incultos, aprovechados, impíos, vagos, en general, viciosos). A partir de este relato, y gracias a la actuación de un (casi nunca “una”) líder mesiánico y de la “buena gente sencilla”, el bien se acabará imponiendo y la buena y sencilla gente de bien podrá vivir una buena vida.

Frente a este relato heroico con final feliz, lo que suelen ofrecer opciones políticas más tradicionales, especialmente a cierto lado del espectro político, es un relato de terror que suele acabar mal, y en el que la gente sencilla suele presentarse como incapaz de hacer cambiar su destino por dejarse manipular y porque, en el fondo, a menudo son contempladas como meras marionetas manejadas por fuerzas superiores, por lo que en este mundo, que es un valle de lágrimas, es imposible vivir una buena vida.

Muchas de esas personas de las clases populares que a ciertas opciones les resulta extraño que no les voten (al fin y al cabo, defienden los intereses de la gente como ellos, dicen) viven en sus vidas cotidianas tantas películas de terror que ya no quieren más, y prefieren “comprar” relatos más alegres. Además, mucha gente común no siente que quienes dicen defender los intereses de la “gente como ellos” sean gente como ellos: viven en chalets, tienen un buen sueldo (los hay incluso que son funcionarios), y son más guapos, tienen parejas e hijos más guapos y, desde luego, son más “listos”, o al menos tienen un nivel de estudios mayor, que la “gente común como ellos”. ¡Si hasta much@s tienen un doctorado, algo tan poco común que lo tiene aproximadamente el 1% de la población!

Para mucha “gente común” lo que les ofrecen muchos partidos políticos es un entretenimiento, una película de terror que divierte a la “gente bien” (que no es lo mismo que la “gente de bien”) que sabe que cuando la película termine volverán a sus mundos de parejas que se complementan para cuidar de los hijos, de funcionarios de sueldo garantizado, chalet y alto nivel de estudios. Quizá por eso mucha “gente común” prefiere distraerse con las películas de final feliz que les cuentan otros, porque la precariedad, los malos tratos, el acoso o simplemente el desamor que se cuentan en las películas tristes ya las viven en su vida cotidiana.

¿Por qué hay tanta gente a la que le ilusionan los otros y no lo que nosotros ofrecemos, se preguntan desde muchas opciones políticas? La lógica, y Russell era un maestro de ella, nos dice que, entre dos posibles explicaciones hay que elegir la más sencilla. Quizá antes de recurrir a explicaciones más complejas, desde la alienación a los lobbies mediáticos, deberíamos plantearnos si no es tan sólo que a la gente no le ilusiona lo que ofrecemos porque, sencillamente, lo que ofrecemos es muy poco ilusionante.

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