Una semana después, ya podemos hablar abiertamente del final de 'El juego del calamar' en Netflix

El juego del calamar llegó a Netflix en septiembre de 2021 y tomó por sorpresa al planeta (postpandémico y atenazado por un capitalismo cada vez más asfixiante) convirtiéndose en un fenómeno mundial que catapultó a la plataforma a lo más alto. La serie surcoreana creada por Hwang Dong-hyuk parecía capaz de cambiar el paradigma de producción audiovisual en un mercado global. Menos de cuatro años después, finaliza como otra promesa rota más de la era streaming, que aún así ha arrasado en las audiencias de la plataforma.
Pero antes de meternos en faena analizando lo que ha supuesto en global la ficción, vamos a contar de manera detallada lo que ocurre en el final de esta tercera y última entrega, que como ya explicamos en nuestra crítica Netflix se reservó incluso para los periodistas buscando impulsar su visionado simultáneo y global.
En verTele hemos querido dar tiempo y esperar una semana para evitar spoilers y poder analizar sin cortapisas un adiós que nos ha dejado con múltiples despedidas conmovedoras, algunos giros que no veíamos venir y un cameo inesperado. A continuación, lo desglosamos todo.
(Aviso: esta noticia contiene spoilers de la tercera temporada)
El final de la tercera y última temporada de 'El juego del calamar'
Para poner en contexto, tras su intento fallido de encabezar una rebelión armada en la segunda temporada, el jugador 456 también conocido como Seong Gi-hun (Lee Jung-jae) quedó atrapado entre la impotencia y el desencanto. Sin fuerzas ni aliados suficientes para enfrentarse al sistema, y sin voluntad para seguir participando en el juego, parecía haber perdido su rumbo. Sin embargo todo cambia cuando, en primer lugar, se entera que Dae-ho, el jugador 388 (Kang Ha-neul), fue el culpable de que sus compañeros murieran en la sublevación al no llevar los cargadores.
Tras su muerte en el juego del escondite y el nacimiento de la bebé de la jugadora 222, Joon-hee (Jo Yuri), que da a luz en pleno desarrollo de la prueba, ambas cosas le dan las fuerzas suficientes para continuar con su misión: acabar con el juego y con sus creadores. No obstante, un giro del destino lo obliga a actuar de otra manera. Tras presenciar la muerte de la jugadora 222 en la prueba de la comba, Gi-hun asume el papel de protector de la bebé.
La última prueba de la competición retoma la última prueba de la primera temporada, aunque esta vez con una variante: en esta ocasión “el juego del calamar” se desarrolla suspendido en el aire. Los finalistas deben atravesar tres plataformas consecutivas, eliminando a un jugador en cada una para poder avanzar. A diferencia de la primera entrega, todos los que consigan llegar con vida a la última plataforma se proclamarán ganadores.
Entre los finalistas hay seis participantes, entre ellos Myung-gi, el jugador 333 (Yim Si-wan) y padre de la bebé, conspiran para eliminar a Gi-hun, al bebé y a Min-su, el jugador 125 (Lee David) con el objetivo de repartirse el premio exclusivamente entre ellos. En la primera plataforma logran deshacerse de Min-su sin contratiempos, pero pronto se enfrentan a un obstáculo: para llevar a cabo su estrategia, deben separar a Gi-hun del bebé, complicando así la ejecución de su plan.

La tensión alcanza su punto máximo en la segunda torre, donde el plan inicial se desmorona. El jugador 333 traiciona a sus propios aliados, eliminándolos uno a uno en un acto de ambición desmedida. Solo él, Gi-hun y el bebé logran alcanzar la tercera y última plataforma.
Según las reglas del juego, al menos uno de los tres debe ser eliminado en esta fase para que los demás puedan proclamarse vencedores. Es ahí cuando al jugador 333 se le cae la careta y muestra cómo la codicia está por encima de cualquier cosa, incluso de su propia hija que aún es un bebé. De esta manera, acorrala a Gi-hun, exigiéndole que le entregue al bebé, pero la situación rápidamente degenera en un enfrentamiento físico. Durante la pelea, Myung-gi cae al vacío antes de que el cronómetro que marca el inicio de la prueba comience a correr, lo que implica que su eliminación no cuenta oficialmente. El dilema queda planteado: aún es necesario que un jugador caiga para que el juego finalice.
“No somos caballos, somos seres humanos”. Con estas palabras cargadas de rabia y dichas con bastante firmeza, Gi-hun se dirige al cristal tras el cual observan los VIPS y El Líder el desarrollo del juego. Esta frase transmite un mensaje claro y es que el mundo es un lugar mejor cuando los seres humanos se ayudan entre sí, momento en el que lo confirma con su último acto, que no es otro que suicidarse para salvar a la bebé de Jun-hee.
Con la muerte de Gi-hun, el juego concluye y se proclama una única ganadora: la jugadora 222, convertida en la última superviviente. La bebé es finalmente retirada del escenario en brazos de El Líder (Lee Byung-hun) cerrando así la última y más dramática edición del juego.

Un inesperado cameo y la puerta abierta a spin-off
En los compases finales del episodio, El Líder se desplaza hasta Los Ángeles para entregar el premio que Gi-hun había ganado en el primer juego y que tenía guardado en la habitación de un motel abandonado, así como de la sudadera de jugador. La joven conoce ahí la noticia de la muerte de su padre. Tras ello, El Líder se marcha en su furgoneta, y mientras pasea con ella por las calles de la ciudad, la serie muestra un último detalle: una reclutadora juega al ddakji con un hombre sin hogar. Interpretada por la actriz Cate Blanchett, su aparición funciona como una escena-puente que anticipa la continuación del universo de El juego del calamar, pero en la versión estadounidense.
Los rumores apuntan a que David Fincher está ya trabajando en esta nueva versión. No obstante, según ha admitido su creador Hwang Dong-hyuk en una entrevista con The Hollywood Reporter, desde el servicio de streaming no le han dicho “nada oficialmente” respecto a esta adaptación.
“Siempre he sido un gran fan del trabajo de David Fincher -desde Seven- y me han encantado sus películas. Así que, si creara un Juego del calamar estadounidense, creo que sería muy interesante de ver. Definitivamente, haría clic en él inmediatamente después de su lanzamiento, si llegara a suceder”, señaló el realizador.
En cuanto a su intención al incluir el personaje de Blanchett al final de la tercera temporada, Dong-hyuk apuntó que no pretendía preparar el terreno para la supuesta versión. “No lo terminé así para dejar deliberadamente espacio para que sucedan más historias”, incidió.
El creador agregó, asimismo, que a través de Gi-hun y El Líder los juegos habían terminado en Corea, pero eso no significa que no continúen en otros lugares. “Como esta historia comenzó con el deseo de abordar cuestiones sobre la competencia sin límites y el sistema que se crea en el capitalismo tardío, quería que terminara con algo que resaltara el hecho de que estos sistemas, aunque uno caiga, no es fácil desmantelar todo el sistema: siempre se repetirá. Por eso quise terminarla con un reclutador estadounidense. Y escribí esa escena queriendo un final impactante para la serie, no para abrir espacios a nada más”, subrayó.
“La premisa de la última escena era que el propio Líder había oído hablar de los otros juegos internacionales y reclutadores, pero no lo sabía a ciencia cierta”, reveló Dong-hyuk.
No obstante, mucho antes de que se estrenara la última entrega, el creador concedió otra entrevista para el mismo medio estadounidense, como recogimos, en la que afirmaba que no descarta en un futuro desarrollar algún spin-off de la serie: “Si llega el momento y resulta que puedo crear un personaje o una historia diferente, entonces tal vez haya un regreso. Pero estoy pensando más en algo como un spin-off”.
De hecho, confesaba que entre las múltiples ideas que se le ocurrieron le rondaba principalmente la de rellenar los vacíos, como contar las historias de otros personajes, o incluso explorar el tiempo perdido entre la primera y la segunda temporada con personajes que regresasen como los de El Líder (Lee Byung-hun) y/o el reclutador (Gong Yoo).

El éxito de una serie que se desinfló como un globo
Cuando El juego del calamar se estrenó en 2021, fue una tormenta perfecta. Con una historia brutalmente honesta sobre la desesperación humana, una estética visual impactante y un mensaje social nítido, la serie se convirtió en un fenómeno global casi instantáneo. La primera temporada no solo logró capturar la atención de millones de espectadores, sino que también demostró que se podía hacer entretenimiento comercial con una crítica mordaz al sistema. Tal fue el punto de locura con la ficción coreana que a día de hoy sigue siendo la serie más vista de Netflix.
Esa mezcla entre tensión emocional, juegos infantiles letales y personajes bien construidos, especialmente el de Seong Gi-hun, dejó un sabor de boca tan bueno como inquietante. Cerró de forma ambigua, sí, pero coherente con su universo: nos hablaba de cómo incluso el vencedor sigue siendo una víctima del sistema.
Sin embargo ese éxito inicial, como suele pasar con los productos que se convierten en marca, sembró su propia condena: la presión por continuar una historia que ya había dicho lo esencial.
La segunda y tercera temporada buscaron expandir el mundo de El juego del calamar, pero lo hicieron a costa de su impacto original. En lugar de profundizar en los dilemas morales, la serie apostó por juegos más complejos, tramas más ramificadas y giros poco sorprendentes. Lo único atractivo eran los juegos, las tramas secundarias sobraban, y al fin y al cabo era caer en un sistema de repetición de la primera entrega. Y pese a todo, la segunda temporada ocupa el puesto dos en el Top-10 de Netflix, y la tercera en menos de una semana ya está en el noveno.

El estreno de esta última entrega se ha visto envuelto en expectativas y ruido mediático, y ha sido un claro ejemplo de cómo la industria, una vez más, exprime hasta la última gota una idea que alguna vez fue fresca, arriesgada y políticamente incómoda. Lo que en su momento se sintió como una crítica feroz al sistema económico global, se ha convertido ahora en un thriller predecible, diluido por el exceso de subtramas y la obsesión por mantener vivo un producto rentable a toda costa.
Pero quizás lo más preocupante de este desenlace no es su falta de creatividad, sino su traición ideológica. La serie que alguna vez expuso con crudeza el espectáculo del sufrimiento humano al servicio del entretenimiento ahora cae, irónicamente, en ese mismo juego. La violencia deja de ser una herramienta crítica para convertirse en simple espectáculo. La estética impactante, que antes incomodaba, ahora parece diseñada para clips virales y merchandising.
Netflix, en su afán por replicar el éxito, ha terminado por devorar la esencia de la obra original. Lo que alguna vez fue una voz distinta en el mar de contenidos, ha terminado mimetizándose con el resto: una producción de alto presupuesto, bien empaquetada, visualmente atractiva y narrativamente vacía.
El final de la tercera temporada no solo cierra un ciclo narrativo; cierra también una esperanza: la de que el streaming podía ser el espacio donde historias valientes, incómodas y necesarias encontraran un hogar sin ser deformadas por las exigencias del mercado. En lugar de eso, El juego del calamar ha sido absorbido por el mismo sistema que criticaba.